In illo tempore, allá cuando Felipe González gobernaba, a Julio Anguita le molestaba mucho que el PP se presentara como alternativa. Decía el dirigente de IU que el cambio que proponía el partido de Aznar no implicaba una verdadera alternativa sino, como mucho, una mera alternancia. Daba a la palabra en cuestión un sentido despectivo, al modo de la cosa de los perros y los collares que recoge el refranero.
Se equivocaba. Se equivocaba en sentido gramatical, para empezar, porque la alternancia es la acción y efecto de alternar, y para alternar no basta con que uno se vaya y otro se ponga en su lugar: después debe acontecer lo contrario, y así sucesivamente. De modo que una única sustitución, por sí sola, no puede ser nunca una alternancia.
Pero la equivocación principal de Anguita no era gramatical, sino política: Aznar sí representaba una alternativa a González.
Me explico.
Volvamos a los perros que he sacado a pasear antes, a cuenta del refranero. Si alguien compra un perro para que le cuide las ovejas, y resulta que al chucho le da de vez en cuando la ventolera y se dedica a perseguir a los bichos y darles bocados, la alternativa que se le plantea al dueño no pasa por adquirir un jarrón, o un sofá, sino por licenciar a ese perro zumbado y buscarse otro que cuide a las ovejas adecuadamente. O sea, que la alternativa a un perro -puede que no la única posible, pero sí la más fácil, por lo común- es otro perro.
Lo que quiero decir con este sugestivo símil es que, si José María Aznar pudo presentarse en su día como alternativa a Felipe González, fue precisamente por eso que a Anguita le parecía tan mal: porque se ofrecía a realizar el mismo tipo de servicios que el otro, sólo que en mejor: con menos lacras, menos corrupción, más audacia, etc. Lo suyo pudo convertirse en alternativa justamente porque no proponía ninguna transformación de fondo: sólo una conducción más eficaz y menos tortuosa hacia el mismo objetivo (que, dicho sea de paso, no era otro que el marcado desde hace años por los órganos rectores de la Unión Europea).
Borrell demostró ayer que él también representa una verdadera alternativa. Por las mismas razones. No cuestiona en modo alguno las grandes líneas de la orientación económica neoliberal marcada desde Bruselas. Critica algunos de sus excesos más visibles, pero pone mucho cuidado en no desvelar las causas de los efectos, y se libra todavía más de señalar cómo se las ingeniaría él para evitar esos efectos sin atacar las causas. Se ofrece, en suma, como un gestor más sensible y competente... de lo mismo.
Ya es alternativa. Ya puede aspirar a La Moncloa. Ya sólo le toca esperar a que los que mandan de verdad se cansen de Aznar.
Él no lo tiene mal del todo, a decir verdad. Los que lo tenemos fatal somos quienes no andamos buscando perros que cuiden ovejas.
Javier Ortiz. El Mundo (13 de mayo de 1998). Subido a "Desde Jamaica" el 24 de mayo de 2012.
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