Debo de ser uno de los pocos que no han patinado en sus pronósticos sobre las elecciones primarias del PSOE: no hice ninguno.
Cuando hay urnas de por medio, eludo prudentemente los augurios. No es ya sólo que me conste que no soy representativo de nada -y menos todavía de nadie-; tampoco he logrado jamás entender cómo funcionan las preferencias de los demás. Para mí son un misterio.
Tampoco me fío de los sondeos. O, para ser exactos, no me fío de su presentación pública. Te dicen: «Fulano aventaja a Mengano en tres puntos». Pero vas, lees la ficha técnica y te encuentras con que la empresa que ha realizado el trabajo admite un margen de error posible de 3. O sea, que lo mismo Fulano aventaja a Mengano en tres que le supera en seis, o puede que estén empatados, o tal vez es en realidad Mengano el que supera a Fulano. O sea, que apenas te proporcionan información fiable.
Agotadas ya las posibilidades de errar en materia de pronósticos, los comentaristas nos esforzamos ahora denodadamente por equivocarnos en la explicación de lo ocurrido. ¿Por qué votó a Borrell la mayoría de los militantes del PSOE? «Para abrir una nueva etapa», dicen unos. Otros lo formulan con más audacia todavía: «Para poner fin a la época felipista». No sé yo, pero quizá no haya que excluir que la verdadera razón sea la que dan los propios militantes del PSOE: dicen que prefirieron a Borrell porque creen que puede ser mejor candidato que Almunia. La verdad es que tiene su lógica. Si lo que más les importa es recuperar el Gobierno -y así parece-, nada más natural que respaldar al que consideran que puede lograrlo más fácilmente. Yo no les atribuiría muchas más filosofías.
Otra cosa es que hayan puesto en marcha un proceso que derive por derroteros imprevistos. Es viejo recurso periodístico convertir la propia incapacidad de análisis en enigma universal, atribuyendo a cualquier cambio «consecuencias impredecibles». Pero con Borrell está más que justificado. Ya dije hace tiempo que, por ocurrir, hasta puede ocurrir que al final acabe tomándose a pecho el papel de paladín izquierdoso que algunos se empeñan en asignarle por mucho que él y la realidad se resistan. Está tan ahíto de ambición que puede hacer literalmente cualquier cosa, por apocalíptica que resulte, si cree que le puede beneficiar en algo. Entiendo que los del aparato del PSOE estén preocupados. Yo, en su caso, estaría aterrado. Pueden acabar todos directamente en la cárcel. No porque el candidato esté imbuido de ninguna extraña sed de justicia, sino porque lo suyo no es pararse en barras. Ni en barrotes.
Algo sí cabe pronosticar: animará algo el panorama político. Se había puesto realmente plúmbeo. Un liante como él seguro que lo agita.
Y eso, ¿gracias a quién será? A Almunia. Agradezcámoselo: de no ser por Almunia, habríamos tenido Almunia para rato.
Javier Ortiz. El Mundo (29 de abril de 1998). Subido a "Desde Jamaica" el 18 de abril de 2013.
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