Por un momento temí que fuera a aprovechar el acto de toma de posesión del cargo de ministro de Defensa para hablarnos también de sus gustos musicales. Sentí esa desazonante inquietud cuando el hombre, tan campechano y verborrágico como su antecesor, la emprendió contra un cantante que, según nos contó, ha declarado que va a actuar «en el Estado español». El nuevo titular de Defensa ironizó entonces preguntándose si será que el músico en cuestión va a hacer una gira por los Ministerios (porque se ve que don José Bono considera que el territorio del Estado español empieza y termina en las puertas de las dependencias ministeriales).
No digo yo que no quepa criticar ese uso de la expresión «Estado español» que el ministro zahirió anteayer con su tan jimenezdeparguiano gracejo, aunque no faltará quien haya echado de menos que se cachondeara en justa correspondencia también de quienes hablan de «la canción española» para referirse en exclusiva a una modalidad musical de acentos regionales o de aquellos que califican de «españolísimas» a algunas intérpretes sureñas, como si la españolidad no fuera una mera cuestión de hecho y además admitiera grados.
Pero todo es discutible, sí. Incluidos sus neoministeriales puntos de vista sobre los falsos patriotismos, que se abstuvo de definir (supongo que no en aras de la brevedad del discurso, porque diez minutos arriba o abajo, metido en gastos, hubieran dado ya igual).
Todo es discutible, por supuesto: también su identificación de la sindicación con la indisciplina, su obsesión por el Rh sanguíneo (no hay peorata en la que no lo cite) y hasta su gusto por la igualdad «rabiosa» (¿por qué «rabiosa», en concreto?) de los ciudadanos.
Mis dudas no se refieren tanto a lo lícito de la exhibición de esos o de cualesquiera otros puntos de vista, por ultras que me puedan parecer -y sean-, sino a la hipótesis de que un acto oficial como el referido pudiera no constituir el escenario y el momento más adecuados para que el nuevo ministro sacara a pasear sus muchos fantasmas ideológicos «de rancio sabor añejo», según atinada definición del Sindicato Unificado de la Policía.
Muchos consideran que Bono se equivocó, porque el discurso de arranque de un ministro de Defensa debería ceñirse a las cuestiones de su incumbencia, marcando las grandes líneas de la actuación que espera seguir, y nada más. Pero ¿quién nos dice que no fue eso lo que hizo? Tal vez sí. Puede que él haya decidido que su papel en el auto sacramental de la nueva política es el de paladín de la España eterna -«vieja y justa», enfatizó- y que sea eso lo que tuvo a bien anunciarnos en su no muy convencional discurso de toma de posesión de la cartera.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (20 de abril de 2004) y El Mundo (21 de abril de 2004). Hay algunos cambios, pero no son relevantes y hemos publicado aquí la versión del periódico. Subido a "Desde Jamaica" el 19 de mayo de 2017.
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