Me intriga esa consigna que han lanzado ciertas organizaciones agrarias, y que algunos periodistas corean: «¡Hay que boicotear los productos franceses!».
Tal como lo presentan, parece fácil: «Basta con que te fijes en el código de barras que llevan las mercancías. Las francesas tienen un 3 por delante. No las compres. ¡Que se chinchen!», dicen.
Muy sencillo, sí. Veamos: se me ha estropeado una pieza de mi coche Renault, voy al taller de reparaciones, compruebo que el código de barras del recambio que necesito tiene un 3 por delante, no lo compro, me quedo sin coche y renuncio a ir a mi casa, a la que no llega ningún transporte público. ¡Qué fastidio para los franceses!
Hecho lo cual, me daré cuenta de que, además, no todo lo francés lleva código de barras. Las grandes superficies son también francesas, con la excepción de Eroski, que apenas tiene establecimientos fuera de Euskadi. Si se trata de boicotear lo francés a conciencia, se supone que deberemos renunciar también a comprar en esos gigantes del comercio. Y nuestros productores, agrícolas o no, negarse a venderles nada. Porque, si no, vaya boicoteo.
Por puro espíritu de lealtad y consecuencia, habremos también de darnos masivamente de baja en Canal Plus, que tiene una fuerte participación de capital francés. Con lo cual, de paso, quedará resuelto el lío de las plataformas digitales: mira por dónde. Y El Mundo será feliz, porque toda la pasta guiri que circula por esta casa es italiana y británica. Jo, qué suerte.
Esta idea de boicotear todo lo francés no es nueva. Ya la tuvo HB. El dirigente abertzale que comunicó a la prensa la consigna del boicoteo llevaba una chemise Lacoste. Fue muy comentado. Los efectos más contundentes que tuvo la campaña fueron la quema de varios coches de turistas -entre ellos un Citröen 2CV, típico coche de oligarca- y la obligación en que se vio Iñaki Esnaola de cambiar de vehículo, sustituyendo el que tenía, inequívocamente gabacho, por otro de marca alemana. Menos mal que nadie le recordó el bombardeo de Gernika.
Por decirlo claramente: estoy en contra de boicotear los productos franceses. Primero, porque es un objetivo imposible de llevar a la práctica con un mínimo de rigor, sin que los resultados muevan al cachondeo. Y segundo, y principal, porque me parece mal, como idea. Es erróneo plantearse penalizar a todo un país porque un puñado de sus ciudadanos sean unos burros. Una sociedad civilizada -aspiro a que ésta acabe siéndolo algún día- no puede preconizar la existencia de culpas colectivas, ni alentar conflictos entre pueblos.
Alimentan no pocos españoles un hondo sentimiento antifrancés, heredado -supongo- de cuando Napoleón, que no sabía con quién se las había, quiso imponer manu militari la libertad en España. La verdad es que por aquí, casi dos siglos después, los afrancesados seguimos rodeados de fernandinos.
Javier Ortiz. El Mundo (28 de mayo de 1997). Subido a "Desde Jamaica" el 31 de mayo de 2011.
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