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1998/02/07 07:00:00 GMT+1

Belloch

Un alumno de mi cole se hizo célebre porque, en un momento dado -que es cuando ocurre todo en esta vida-, empezó a retar a todo quisque a jugarse cinco duros a cara o cruz con él. La gracia estaba en que no se tomaba el trabajo de comprobar si el retado tenía los cinco duros apostados. Normalmente no los tenía -eso era un dineral, por entonces- y, si los tenía, lo que no tenía era la menor intención de perderlos. Pero no hacía falta. Uno le decía que sí, él echaba la moneda al aire y, en caso de perder, te la entregaba sin rechistar. En realidad, daba igual que ganara. En ese caso, bastaba con desafiarle a jugarse el doble. Ibas duplicando la cifra hasta que ganabas, momento estelar que aprovechabas para cobrar el dinero y abandonar precipitadamente la escena, camino de los futbolines.

Perder parecía proporcionarle algún tipo de satisfacción íntima que los demás no acertábamos a comprender. De todos modos, tampoco poníamos demasiado empeño en ahondar en los arcanos de su psicología: pragmáticos hasta la médula, como sólo los niños y algunos políticos pueden serlo, nos conformábamos con que soltara la mosca con aquella liberalidad.

Vistas las cosas con perspectiva, supongo ahora que era un modo desesperado que el pobre, que no era muy apreciado, se buscó para atraer la atención de los demás y verse importante.

Para desdicha nuestra, su fiebre apostadora fue transitoria. Pasados unos días, se le fue por completo, llevándose con ella todos sus ahorros y el efímero interés social que había despertado con su rareza.

El modo que tiene Juan Alberto Belloch de manejarse en política me recuerda mucho a aquel chaval de mi colegio. Apuesta, apuesta sin parar, apuesta contra todo el mundo y no para hasta que pierde.

Educado como fui en una mezcla no demasiado heteróclita de revolucionarismo y espíritu castrense, siempre he pensado que cuantos menos enemigos tenga uno, mejor, y que, puesto a tenerlos, lo deseable es no pegarse con todos a la vez. Belloch se sitúa en la antítesis de ese criterio: es como si cada mañana hiciera repaso mental de la nómina de individuos que todavía no le han vuelto la espalda y se impusiera el deber de enemistarse con ellos lo antes posible.

Anteayer, Belloch consiguió que Jesús Cardenal lo odie ya de por vida. Pero lo de la pasada semana fue mucho mejor: optó por tocar las narices a la vez a González y a Almunia. Anda diciendo a quien quiera oírle que González es «un militante de base» y que, por tanto «ni puede ni debe imponer» quién será el principal candidato del PSOE cuando haya elecciones. O sea: coz para González, cuya autoridad minimiza, y coz para Almunia, que es el candidato que González promueve.

Belloch hace apuestas destinadas inevitablemente al desastre. ¿Por qué se comporta tan raro? Digo yo que lo hará para llamar la atención, como el crío de mi cole. Pues bien: como él, no tardará en quedarse sin capital para apostar.

Y entonces volverá a no tener el menor interés para nadie.

Javier Ortiz. El Mundo (7 de febrero de 1998). Subido a "Desde Jamaica" el 7 de febrero de 2012.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1998/02/07 07:00:00 GMT+1
Etiquetas: jor el_mundo almunia 1998 felipe_gonzález donostia belloch | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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