Lo que más me gusta de esta historia de Rubio, Boyer, Preysler y otros Conchas es que sean precisamente ellos -me dan igual las personas: me refiero al gremio- los que se hayan pillado los dedos. Ya iba siendo hora de que la trituradora del escándalo dejara de atrapar en su engranaje a chanchulleros de tres al cuarto más o menos ligados a Ferraz y empezara a salpicar de una vez a esta beautifullería de advenedizos insufribles. Se reían de los otros: «Mientras a ellos les atrapan por repartirse loterías, nosotros nos quedamos con los Bancos». Ja, ja. Parece que el chollo ya empieza a acabárseles. Hora era.
Hasta ahora la escandalogía local se nutría sobre todo de aparateros partidistas que echaban la caña para pescar en el río revuelto de la Administración. En tanto la prensa más estricta ponía como un trapo a estos juanesguerra de ocasión, de los entresijos del nuevo olimpo del arribismo financiero solamente se ocupaban las revistas del corazón, que nos contaban cuántos cuartos de baño iba a tener la nueva casa de don Tal, qué modelo lucía -o con quién se lo quitaba- la señora de don Cual o por cuánto vendía don Zutano la exclusiva fotográfica de su próxima operación de hemorroides. Entretanto, los capos de la beautifullería añadían más y más misteriosos ceros a sus fortunas personales. La denuncia del affaire Ibercorp ha acabado con esa bula injusta. Eso está bien.
Me gusta también que haya sido con un asunto así de tonto. Porque la cosa de disimular sus nombres con segundos apellidos, iniciales y otras baratijas del camuflaje resulta de una cortedad llamativa. O es que son bobos, o es que se sentían tan seguros que no les pareció necesario buscar algo mejor. O las dos cosas. Dicen algunos: «Parece mentira que se hayan metido en semejante ridículo por un negociete de nada». No estoy de acuerdo. Un negociete de nada, más otro negociete de nada, más otro más, y otro, acaban haciendo en conjunto todo un señor negocio. Y es que los beautifulleros trabajan todos los días, y no todos los días se hacen negocios de miles de millones. También tienen que ocuparse de juntar calderilla.
Además, así suele ser la Historia. ¿No se hundió el tinglado de Capone por una tontería de contabilidad?
Javier Ortiz. El Mundo (15 de febrero de 1992). Subido a "Desde Jamaica" el 20 de febrero de 2012.
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