Si José Barrionuevo Peña -llamadle «Pepe», que es la moda- hubiera participado en la lucha clandestina contra el franquismo, se acordaría del consejo que daban los militantes veteranos a los neófitos para el caso de que fueran detenidos por «los sociales», o sea, por la Policía política: «No pretendas engañarles hablando mucho. Por listo que te creas tú y tontos que te parezcan ellos, sé lo más parco que puedas. Créelo: el que tiene que mentir y habla mucho acaba por traicionarse».
Barrionuevo no estuvo en esas historias. Su primer contacto con la Policía fue ya para mandar sobre ella. Sabe mucho más de perseguir que de ser perseguido. Por eso desconoce el viejo consejo y habla demasiado, tratando de liarnos. Y se lía él.
La última gracia que ha inventado para mantener su desastrosa contumacia verborreica es la de quejarse de que quienes denunciamos sus tácticas dilatorias pretendemos someterle a un «juicio sumarísimo». Le ha debido parecer un hallazgo magnífico, porque lo repite sin parar.
Como es sabido, el procedimiento sumarísimo, propio sobre todo de la jurisdicción militar -un recurso al que la dictadura franquista apeló con anonadante frecuencia como instrumento de represión política- se caracteriza porque la causa se sustancia en pocos días, o incluso en horas, con lo que todo empieza y acaba en un plisplás.
¿Es éste el caso? Los primeros indicios serios de la implicación de Barrionuevo en la actividad de los GAL datan de hace más de diez meses. Desde que Amedo y Domínguez confesaron, en diciembre del pasado año, la Justicia ha ido recogiendo datos con gran minuciosidad y parsimonia para ver si era pertinente tomarle declaración en calidad de imputado y, llegado el caso, procesarlo. Él mismo se venía quejando de lo que le parecía excesiva demora. Ahora el Tribunal Supremo ha decidido que puede haber base para inculparlo, y ha solicitado el suplicatorio, que tiene también una tramitación compleja, y no precisamente vertiginosa. No hay en ello, como puede verse, nada de sumarísimo.
Item más: como se sabe, desde la «reforma Múgica», los sumarios pueden instruirse por el procedimiento llamado «abreviado», que permite -permite: no obliga, como ya demostró sobradamente Marino Barbero- acortar el tiempo que media entre la apertura de una causa y su vista en juicio. En esta ocasión, y atendiendo precisamente a la muy especial naturaleza del caso, la Justicia optó por no seguir el procedimiento abreviado, sino el tradicional, que es más premioso, pero también más garante. Con lo que se añade otra razón suplementaria para considerar disparatada la referencia de Barrionuevo a lo «sumarísimo».
A estas dos consideraciones de tipo jurídico hay que añadir una tercera, de carácter político, que mueve a rechazar la alusión a lo «sumarísimo» no sólo por absurda, sino también por directamente intolerable. Porque de mal gusto intolerable es, en efecto, que se queje de la tendencia de los demás a lo sumarísimo aquel que tantas veces ha justificado -si es que no promovido- la sumarísima acción de los GAL.
Cabría preguntarle al señor Barrionuevo: cuando sus amigos de los GAL pusieron una bomba bajo el coche de Juan Carlos García Goena, ¿qué clase de procedimiento cree que aplicaron? ¿El normal? ¿El abreviado? ¿No le parece que aquello resultó estremecedoramente sumarísimo?
Los tribunales militares del franquismo hicieron muchos juicios sumarísimos. «Farsas», los llamábamos por entonces, y con razón. Pero permitían un simulacro de defensa. Y solían dictar sentencias monstruosas, pero no necesariamente de muerte. Gracias a ello, Mario Onaindía, por ejemplo, está hoy vivito y coleando, y puede compartir el gozo de la militancia felipista con el propio Barrionuevo. Los promotores del terrorismo de Estado, en cambio, no dejaron que sus víctimas se defendieran. No se lo permitieron a García Goena. Ni a Segundo Marey. Ni a Lasa y Zabala. Ni a los clientes de Monbar, La Consolation y Batzoki.
José Barrionuevo sí tiene derecho a defenderse. Agradézcaselo al Derecho que su Ministerio atropelló. Y no empeore su situación aún más poniéndose gallito. No hable de «juicios sumarísimos». Que el linchador es el menos adecuado para mentar la soga en casa del ahorcado.
Javier Ortiz. El Mundo (10 de noviembre de 1995). Subido a "Desde Jamaica" el 17 de noviembre de 2010.
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