Anteayer estallaron dos bombas en una clínica de Atlanta en la que practican abortos. La explosión de uno de los artefactos produjo seis heridos. El asunto no es novedoso. Clínicas abortistas de veintiocho estados de los EE.UU. han sufrido agresiones varias: tiros, bombas, ataques al personal médico... Es la particular campaña que han emprendido en defensa de la vida algunos grupos antiabortistas norteamericanos.
La contradicción es tan chirriante que no merece mayor comentario: ¡resulta tan evidente el sinsentido que supone atentar contra la vida de los ya nacidos en nombre de la vida de los presuntos nascituri!
Pero ahí está precisamente el problema. Porque, si el disparate es tan evidente, ¿cómo puede ser que quienes lo cometen no se den cuenta?
El enigma es de fácil resolución. Se debe a que cometemos un error de partida: estamos dando por hecho que el hombre es un animal racional, y no es cierto. Lo que sí es verdad es que el hombre posee la capacidad de razonar. Que luego éste o aquél -o ésta, o aquélla- hagan un mayor o menor uso de esa capacidad, y a qué materias la aplique y a cuáles otras no... eso es ya harina de otro costal.
La experiencia nos demuestra dos hechos indiscutibles: uno, que hay personas que hacen un uso prácticamente insignificante de su capacidad de raciocinio, hasta el punto de que sólo se les puede llamar racionales por pura analogía; y dos, que hay otras personas capaces de pensar mucho y muy bien con relación a ciertos asuntos, pero que ante otros actúan cual burros de primera. Nadie medianamente informado se atrevería a discutir la gran categoría intelectual de Martin Heidegger. Sin embargo, el filósofo alemán simpatizó abiertamente con la causa criminal de Adolf Hitler.
Oigo con creciente preocupación las noticias que vienen de mi tierra vasca. La irracionalidad de algunos de los actos que se suceden allí casi a diario me sume en la perplejidad.
Hay quien se dice persuadido de que las andanzas del llamado MLNV sólo se explican porque sus integrantes -según gusta de decir algún comentarista- son «unos descerebrados». No es así. Como los antiabortistas de los EE.UU., como los militantes del GIA, como los combatientes talibanes, como los responsables de los GAL, como las huestes de Karadzic -él mismo psiquiatra-, como tanto y tanto gobernante despiadado que hay en el mundo, algunos militantes del MLNV cometen actos crueles, que a otros nos dejan helados, pero no lo hacen porque sean incapaces de pensar, sino porque solamente saben pensar en un sentido.
Para pensar bien, para no dejarse arrastrar por el fanatismo, el viaje del pensamiento debe ser siempre de ida y vuelta: importan nuestras razones, pero debemos penetrar también en las razones del Otro. Porque todo Otro las tiene.
La gran virtud de la Convención de Ginebra no estriba en que nos protege de la barbarie del enemigo, sino en que refrena nuestra propia tendencia a la barbarie.
Javier Ortiz. El Mundo (18 de enero de 1997). Subido a "Desde Jamaica" el 21 de enero de 2011.
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