Me escribe un buen amigo: «¿Por qué, ahora que ya llevas un cierto tiempo como editor, no cuentas en el Diario qué tal te sienta haber regresado al trabajo asalariado?».
Pues vale, lo cuento: lo llevo relativamente mal.
Comprensiblemente mal. Porque ahora ejerzo dos profesiones: soy editor y soy escritor, a la vez. Acudo puntualmente a mi puesto de trabajo y, además, sigo haciendo casi lo mismo que hacía cuando me quedaba tranquilamente en casa: escribo el Diario, las columnas del periódico y otras cosas que me piden -o que me pide el cuerpo-; preparo conferencias y presentaciones de libros, propios y ajenos; participo en debates y tertulias... Sin ir más lejos, tengo anotadas en mi agenda cuatro intervenciones públicas tan inminentes como ineludibles. Algunas de ellas en plazas notablemente lejanas.
Es mucho. Y yo ya no tengo 24 años. Tengo 54, y trabajados.
Encima, me ha caído la mala suerte de que me asalten unos dolores de espalda francamente antipáticos, que ahora me castigan ya menos, gracias al fisioterapeuta, pero que ahí siguen, dándome la lata una mañana sí y la otra también.
Claro que todo tiene sus compensaciones. Encerrado en casa, saliendo sólo para actividades profesionales concretas, corría el riesgo de volverme todavía más misántropo y cascarrabias de lo que ya soy. En la editorial me relaciono con gente muy agradable. Me socializo. Eso me viene muy bien. Y, de paso, estoy aprendiendo una profesión relativamente nueva para mí. Nunca es uno lo bastante mayor como para dejar de aprender.
Pero lo que más me preocupa de mi situación actual no es ni la mucha faena ni el agotamiento consiguiente, sino el enorme cúmulo de compromisos, tareas, encargos, plazos y urgencias que me veo en la obligación de llevar constantemente, como un fardo, en la memoria. Vivo bajo la permanente angustia de estar olvidándome de algo, o de que otros se olviden de algo que me hace falta.
Combato simultáneamente en demasiados frentes. Con lo que el poco tiempo que tengo para descansar no lo descanso. Me duermo y sueño. Y enseguida me despierto, y el coco se me pone a trabajar de nuevo a tope.
Se me plantea un problema técnico de resistencia de materiales. Ignoro cuánto tiempo podré aguantar así.
Bueno, será el que sea: ya iré viendo.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (16 de mayo de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 26 de abril de 2017.
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