Ya que no en otros, hay un terreno en el que González se ha desenvuelto durante doce años como pez en el agua: en el de las palabras. No quiero decir que hable bien. Al contrario. Lo suyo no es utilizar las palabras para comunicar ideas, sino servirse de ellas para levantar una cortina de humo que dificulte a los demás la cabal percepción de la realidad.
Su primer éxito en este terreno lo logró con la consigna que le llevó a La Moncloa: «Por el cambio». A muchísimos les sonó a gloria. A otros nos sumió en una perfecta perplejidad. Nos preguntábamos: «¿El cambio? ¿Qué cambio? ¿El cambio de qué? ¿Para sustituirlo por qué?». Pero él no lo aclaraba. Y no lo aclaraba porque no podía: ¿cómo iba a decir que «el cambio» no era de cosas, sino de personas; que de lo que se trataba era del cambio... de Suárez por González?
Desde entonces ha seguido igual. Recordarán ustedes lo de «OTAN, de entrada no». ¿Qué quería decir eso? Cualquier cosa. Por eso lo dijo. Lo mismo que sus discursos sobre la CE, basados siempre en vaguedades, trapacerías y fetiches verbales. Me acuerdo del esfuerzo que invertí en su día tratando de convencer a mis próximos de que no usaran el término «Europa» para referirse a la CE. Inútil: todos cayeron en la trampa de González, entrando a discutir si nos convenía o no «pertenecer a Europa», como si los fenómenos geográficos se pudieran decidir a la carta.
González ha aguantado doce años en su puesto atrincherando sus desmanes detrás de palabras. Una vez tras otra, sus discursos han agigantado lo bueno, minimizado lo malo, acicalado lo impresentable, vuelto la necesidad virtud, demorado lo inaplazable, enajenado los propios errores, patrimonializado los aciertos de los demás... Y, como una y otra vez ha logrado parar de ese modo los golpes que se le venían encima, una y otra vez ha hecho lo mismo.
A más golpes, más trampas. Con lo cual su producción última ha alcanzado extremos inigualables. Los dos mejores de los últimos días han sido el que fabricó para sus allegados Solchaga y Corcuera -la historieta ésa de «poner el cargo a disposición del partido»- y el todavía mejor que se ha reservado para sí mismo: el rollo patatero de «asumir las responsabilidades». Se lo oímos anteayer ad nauseam. Todo se va desmoronando a su alrededor... y él se limita a cubrir las bajas que la realidad ha causado en su guardia pretoriana y cubre el expediente afirmando -eso sí, con gesto la mar de solemne- que asume «plenamente» «todas» sus responsabilidades. ¿Y eso qué es? ¿En qué se traduce? Pues en que, acabado el paripé, se vuelve a La Moncloa, con la llama y los bonsais, que es lo único que le importa.
¿Cuánto tiempo seguirá en sus trece? Cualquiera sabe. Lo mismo tres días que tres años. Seguirá tanto tiempo como el pueblo, supremo juez terrenal, tenga a bien permitirle continuar en libertad bajo palabra.
Javier Ortiz. El Mundo (7 de mayo de 1994). Subido a "Desde Jamaica" el 8 de mayo de 2011.
Comentarios
... y nos dió el cambiazo.
Escrito por: miren.2011/05/08 13:26:50.635000 GMT+2