En su larguísima y plomiza comparecencia de ayer ante los medios de comunicación -porque ahora los políticos españoles ya no se presentan, ni acuden, ni hablan: sólo comparecen-, el presidente del Gobierno afirmó que la última ofensiva brutal de ETA se ha apoyado en los "continuos despropósitos" cometidos por los nacionalistas vascos. Por el PNV y EA. (No citó a IU-EB, ni a Zutik!, ni a Batzarre, ni a Elkarri, ni a tantos otros que suscribieron la declaración de Lizarra, porque en ese caso no habría podido hablar de "los nacionalistas", lo que le habría fastidiado un aspecto clave de su discurso, y tampoco iba a permitir que la realidad le estropeara el mitin).
Aznar se equivoca. O, alternativamente, miente. Cualquier analista medianamente informado sabe que no son las concesiones del PNV y EA las que han provocado la ofensiva mortal de ETA, sino la frustración que ha sentido el núcleo duro del MLNV ante el panorama nacido de Lizarra y ante lo que ha considerado "insuficiente compromiso del PNV en la construcción nacional". El sector más decididamente intransigente y cavernícola del abertzalismo ha conseguido imponer sus tesis apoyándose igualmente en el argumento de que el Gobierno de Aznar se estaba aprovechando de la tregua para no hacer nada de nada.
El PNV -más que el Gobierno vasco, es decir: Arzalluz más que Ibarretxe- ha incurrido en un buen puñado de despropósitos durante los últimos meses. En particular, ha perdido de vista en más de una ocasión que la Comunidad Autónoma Vasca alberga una colectividad humana que es, mitad y mitad, nacionalista y no nacionalista, y que las soluciones de convivencia que cabe patrocinar deben ser igualmente confortables para las gentes razonables de ambas mitades. Esto, si hablamos de la CAV, porque si abarcamos el territorio de Navarra y los del País Vasco bajo soberanía francesa, entonces ya no estamos ante dos mitades iguales, sino ante una mayoría no nacionalista, lo que obliga a bajar todavía más los humos en materia de "construcción nacional".
Pero Aznar debería ser mucho más cauto al hablar de despropósitos. Porque los suyos han sido más, y mayores. Señalaré dos, enormes, que han tenido una considerable trascendencia. Uno: incurrió en un gravísimo error -y en un desprecio por la democracia, ya de paso- al desoír el acuerdo parlamentario que instó a la agrupación de los presos. Regaló con ello un arma de agitación poderosísima al sector más burreras del MLNV: téngase en cuenta que, a razón de diez familiares por preso, en Euskadi hay no menos de 5.000 personas que montaron en cólera ante la actitud intransigente del Gobierno central en este terreno. Y dos: volvió a hacerla buena al permitir que Mayor Oreja hostigara a las dos partes comprometidas en la negociación ETA-Gobierno. El ministro del Interior, por razones personalísimas, se dedicó a chinchar a los negociadores nombrados por Aznar, a hacer la vida imposible a los intermediarios (pregúntese al obispo Uriarte) y a tratar de cazar a los miembros de ETA que acudían a negociar -con éxito, además, en un caso-, lo que cabe fácilmente imaginar los efectos que tuvo.
Personalmente, no atribuyo una importancia decisiva en la penosa situación actual ni a los despropósitos del PNV ni a los del Gobierno de Aznar. Creo que el problema principal, con mucho, estriba en que ETA está en manos de unos personajes que tienen una concepción metafísica del pueblo vasco y que se niegan a aceptar que carecen de la menor posibilidad de imponerla y convertirla en realidad. Pero, establecido eso, haría mejor Aznar en no denostar los despropósitos ajenos. Con los suyos ya hay bastante.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (2 de septiembre de 2000). Subido a "Desde Jamaica" el 6 de marzo de 2017.
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