Están los del PP indignados por la insistencia con la que el PSOE y los medios que le son afines martirizan a algunos de sus más caracterizados representantes. En los últimos días, a la presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, Esperanza Aguirre, y a su consejero Lamela. Dicen que han puesto en marcha una campaña «de acoso y derribo».
Me resulta curioso comprobar el amplio uso que tiene en política la ley del embudo. ¿No participaron ellos hace una década en una campaña sistemática «de acoso y derribo» contra Felipe González? Lo hicieron, vaya que sí. (También lo hice yo mismo, y con mucho gusto, porque deseaba contribuir a frustrar aquel régimen incipiente en el que el terrorismo de Estado y la corrupción funcionaban como pruebas rutilantes de modernidad.)
Ahora el PP está recibiendo una buena dosis de su propia medicina. Lógico. Entre otras cosas, porque se la merece.
Se lo dije hace ya bastantes años a un señor para el que trabajaba por entonces, una vez que se me quejó lastimeramente de los métodos inescrupulosos de los que se servían sus rivales político-empresariales: «Cuando estás en guerra, no puedes pedirle al enemigo que no dispare». Es lo suyo. Hay que tener bien presente el reverso de la célebre definición de Claus von Clausewitz, también formulada por él mismo: «La política es la continuación de la guerra por otros medios». Y no olvidar que el objetivo esencial de la guerra, según la agria formulación del propio Clausewitz, es «la aniquilación de la fuerza viva del enemigo».
Con todo, yo, que hago la guerra por libre, rechazo las armas prohibidas por mi Convención de Ginebra particular. Cuando me opuse a Felipe González, me negué a facilitar la rumorología, tan capitalina ella (y tan inclinada a los infundios), y rechacé el uso de argumentos no suficientemente fundamentados o que me parecían ajenos al debate, por referirse a cuestiones personales sin trascendencia política.
Me acaban de pedir que respalde y difunda un escrito que sostiene que los médicos del hospital «Severo Ochoa» de Leganés nunca han incurrido en ningún comportamiento impropio. He contestado que yo no puedo ni firmar ni afirmar tal cosa. Porque no lo sé. Me parece obvio que los del PP han ido a por ese equipo médico porque sustenta un centro progresista que les viene al pelo para sus prácticas de vudú religioso-empresariales. Promocionan así a la vez su cruzada fanática en pro del ensañamiento terapéutico y su defensa de la privatización de la sanidad pública.
Si se me pide ayuda para denunciar eso, la doy sin sombra de duda. Pero lo que no puedo hacer es salir garante de la ortodoxia de las prácticas médicas de unos señores que me merecen todos los respetos iniciales, pero a los que no conozco de nada.
Me temo que los peticionarios del apoyo no me han entendido.
Este pequeño desencuentro me ha recordado otro que tuve hace años, cuando el por entonces ministro del Interior, José Luis Corcuera, afirmó que el periodista Pablo Sebastián «perdía aceite». Escribí un breve editorial de El Mundo reprochando a Corcuera su zafiedad y su machismo y criticándolo por utilizar ese tipo de armas en la lucha política. Al día siguiente, me telefoneó Pablo Sebastián muy molesto porque nuestro editorialito no desmentía su homosexualidad. Le respondí la verdad: que no habíamos desmentido su homosexualidad, primero porque no teníamos conocimiento de sus preferencias sexuales, y segundo porque considerábamos que ese aspecto de su intimidad -que por lo demás nos era del todo indiferente- no venía a cuento.
Tampoco me entendió.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (8 de abril de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 11 de noviembre de 2017.
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