La ofensiva israelí contra los combatientes de Hezbolá en el sur del Líbano provocó anteayer dos matanzas terribles.
La primera sobrevino cuando dos misiles lanzados contra un inmueble mataron a una señora, sus siete hijos y tres civiles más.
La segunda la provocaron tres proyectiles de obús disparados por la artillería israelí. Cayeron en un campamento de refugiados bajo teórico control de la Fuerza de Interposición de la ONU (FINUL). Murieron más de cien personas.
No sé qué les habrá resultado a ustedes más estremecedor de todo lo relacionado con esos dos espantosos hechos. A mí, superada la reacción inicial de horror, lo que más me impresionó fueron las declaraciones de justificación de las autoridades israelíes. Su frialdad anonadante y pasmosa.
En relación al primer hecho, Amós Gilad, portavoz militar de Israel, vino a decir que, en realidad, la culpa de lo sucedido la tenían las propias víctimas del bombardeo: Israel ya había advertido «hasta el aburrimiento» a todos los civiles libaneses que debían abandonar la zona en cuestión.
¿De qué pasta hay que estar hecho para expresarse en ese tono displicente tras saberse coautor de la muerte de once personas? Sólo hay una respuesta posible: de la misma pasta de la que estaban hechos los jefes de los campos de concentración nazis.
Lavado ya él y todos los suyos de la sangre de las víctimas de la matanza primera, Amós Gilad pasó a referirse a la segunda. En este caso, al portavoz militar de Peres le era imposible alegar que los civiles no estaban donde debían estar, puesto que era precisamente allí donde les habían conminado a ir. De hecho, según lo explicado por él mismo poco antes, la madre que murió bajo los escombros en el primer ataque lo que debería haber hecho es acudir al campo de refugiados de FINUL para morir abrasada con sus siete hijos en el segundo bombardeo.
Llegado a este punto, Amós Gilad, que se ve que es persona tan limitada de escrúpulos como desbordante de recursos, se inventó otra excusa: la segunda masacre fue provocada por «un fallo del ordenador que determina las coordenadas de fuego». O sea, que se equivocó la máquina, que es la que determina -ya ven: ella sola, por su cuenta- contra qué o quién dispara la artillería israelí.
Cito a este tal Gilad, pero él no es, como su cargo indica, sino la voz por la que habla el Ejército del Gobierno de Israel. Que, con toda frialdad, tras dar estos remedos de explicación, ordenó que siguieran los ataques en el sur del Líbano. Anteayer también, en El Cairo, un comando de opositores radicales a Mubarak disparó contra un grupo de turistas griegos, a los que al parecer confundió con israelíes, y mató a dieciocho de ellos. Leo y escucho que se trata de «asesinos fundamentalistas». Pero no me topo con ninguno de estos dos adjetivos en las referencias a Gilad, Peres y demás. No sé si es que ya no entiendo nada o es que lo entiendo todo.
Javier Ortiz. El Mundo (20 de abril de 1996). Subido a "Desde Jamaica" el 23 de abril de 2012.
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Escrito por: G.N.J..2012/04/23 16:47:25.276000 GMT+2