Creo haber escrito ya en alguna anterior ocasión que la consagración oficial de un día especialmente previsto para que los electores reflexionen resulta de una portentosa estupidez: como si no tuvieran tiempo entre elección y elección para decidir si votan o no, y a quién. Semejante cosa es reveladora de la idea paupérrima que tienen nuestros legisladores sobre la ciudadanía de este país.
Todavía más revelador es que la única singularidad de la jornada sea que esté prohibida la propaganda electoral: supone admitir de hecho que la propaganda de los partidos estorba a la hora de pensar.
Algo con lo que, dicho sea de paso, estoy por entero de acuerdo: el bombardeo electoral de casi todos los partidos sólo pretende que la gente se olvide de lo que cada cual ha demostrado ser, en la práctica, a lo largo de los años. Para reflexionar sensatamente, es cierto, hay que hacer oídos sordos a la verborrea de los caza-votos.
En todo caso, no contravendré la naturaleza del día tratando de mover el ánimo de ustedes hacia ninguna opción electoral concreta. No tanto por respeto a la norma legal -que no me obliga, porque no soy candidato a nada- como porque tengo en la más alta estima su inteligencia, y, francamente, me chocaría -y desagradaría- que lo que yo haga o deje de hacer dentro de veinticuatro horas pueda influir de modo decisivo en el ánimo electoral de nadie.
No lo digo por falsa modestia -y menos aún por verdadera modestia-, sino porque considero que sólo alguien de muy pocas luces puede dejarse influir por el apoyo que dispense a tal o cual candidatura este o aquel miembro de la farándula, artista, intelectual o juntaletras, por alta que sea la estima que le profese.
Bien mirado, una candidatura que se preciara debería cuidarse mucho de exhibir el respaldo de artistas e intelectuales. Porque a alguien inteligente no le condiciona positivamente saber que Mengano, que es muy mono y canta muy bien, o Zutana, que escribe unas novelas chipén, van a votar a Perengano. Pero en cambio le puede saber a cuerno quemado enterarse de que Fulano, cuyos discos detesta, o cuyos poemas le producen arcadas, está en su mismo bando. Puede llegar a alterar el sentido de su voto, o a abstenerse, al menos, con tal de no tener nada que ver con él.
Supongo que mis lectores ya se maliciaban que no soy el votante arquetípico del PP. Pero pongamos que, empeñado en echar a Felipe González incluso a costa de los mayores sacrificios personales, hubiera sentido por un instante la tentación de dar mi voto a José María Aznar. En tan improbable caso, la mera mención de Manolo Escobar y Julio Iglesias en tanto que baluartes del PP me habrían disuadido ipso facto. ¿Estar en su mismo bando? ¡Jamás!
Porque lo del GAL, la cal viva, la reforma laboral y todo lo demás es intolerable, sin duda. Pero ¿qué me dicen de lo de los toros y la minifalda? ¿Y de lo de «¡Hey!»?
Por fortuna, no es forzoso elegir entre Barrionuevo y Gwendoline. Aún no estamos perdidos del todo.
Javier Ortiz. El Mundo (2 de marzo de 1996). Subido a "Desde Jamaica" el 1 de marzo de 2011.
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