Me entra la risa. Cuanto más se acerca el mes de mayo y más hablan los medios de comunicación de la revuelta francesa de hace 30 años, más de guasa me parece todo.
Leo en la portada de una revista española de información general: «Europa, en el XXX aniversario de la revolución de la alegría». La revolución de la alegría. Vaya una cursilada.
No creo que a esta gente le falle la memoria. Supongo que más bien es que no puede recordar, porque nadie puede recordar lo que no ha vivido.
No pueden evocar nuestro mayo del 68 porque aquí apenas sucedió por entonces nada que merezca la remembranza.
Hablan del mayo francés. En Francia sí que ocurrieron cosas. Hubo jarana; vaya que sí la hubo. Y en Italia también. Y en la RFA. Y en Gran Bretaña. Y en Irlanda del Norte. Y en Estados Unidos. Y en América Latina.
Hablan de Francia y se refieren en plan melancólico a las pintadas imaginativas del Barrio Latino, a las parejas de jóvenes que se dejaban fotografiar dándose tiernos besos frente a los cinturones de los anti-disturbios... Todo muy mono. La mar de estético, sí.
Pero no dicen ni pío de que esos mismos estudiantes tan fotogénicos se forraron durante todo un mes a romper lunas de escaparates, a arrancar bancos de la vía pública, a tirar adoquines contra cualquier persona, animal o cosa que tuviera aspecto de estar con el poder, a incendiar coches para formar sus barricadas... La gente de orden los bautizó pronto como los rompedores: un adjetivo de escasa hondura filosófica, sin duda, pero de indudable precisión descriptiva. Les dejaría ver yo a estos poetas de la revolución de la alegría la fórmula de cóctel molotov que más usaron los rebeldes del 68 parisino: recomendaba mezclar la gasolina y el ácido sulfúrico con detergente en polvo: «El resultado -explicaba un folleto universitario con simpática candidez- equivale a napalm». Angelitos.
Si cualquiera de estos rapsodas ocasionales del mayo francés que peroran sobre «la fascinación de la utopía» y pendejadas del estilo se encontrara en la actualidad con algo como aquello, apuesto diez contra uno a que se echaría a todo correr en brazos del primer Charles de Gaulle que diera un puñetazo sobre la mesa y dijera, como hizo el general el 7 de mayo, que «no es posible tolerar la violencia en la calle». Y aplaudiría con fervor a los líderes sindicales que, al estilo de Georges Seguy -el Antonio Gutiérrez del momento-, acusaran a los jóvenes levantiscos de ser sólo «elementos turbios y provocadores».
Al lado de los miles de estudiantes que en la noche del 10 de mayo resistieron con uñas y dientes hasta el alba las cargas de la policía en la calle Gay Lussac, los chavales de Itoiz, o los okupas de Barcelona y Madrid, son monjitas de la caridad.
Déjense de monsergas sobre el 68. Apoyen a los insumisos de ahora. Es lo más parecido que nos queda.
Javier Ortiz. El Mundo (18 de abril de 1998). Subido a "Desde Jamaica" el 21 de abril de 2011.
Comentarios
Escrito por: alargaor.2011/04/21 16:35:14.884000 GMT+2
http://minombre.es/alargaor