Mañana hará veinte años. Gran celebración. ¡Las primeras elecciones democráticas!
Mentira. Otra mentira más, de las muchas que integran la leyenda de la transición.
No fueron democráticas. Hubo partidos políticos que no pudieron presentarse, porque el Gobierno de Adolfo Suárez los mantenía aún en la ilegalidad. ¿Lo hacía contra su deseo, para no asustar al Ejército, buena parte de cuyos mandos aún entonaba loas a la dictadura? Sin duda. Pero la democracia tiene sus reglas: si no existe plena libertad de elección, no hay limpieza. No fueron unas elecciones limpias.
Pero no solo por eso. También porque se jugó con trampa para favorecer -ya entonces- que se creara un mapa parlamentario bipartidista. La UCD se benefició de la maquinaria del Estado para promocionarse, y el PSOE recibió el respaldo incondicional de la poderosísima socialdemocracia europea: respaldo político, desde luego, pero también, y de modo muy principal, en dinero. Marcos, coronas, francos, liras a raudales. Gracias a ello, un partido que no había sido nada bajo el franquismo -eran cuatro y el de la Naval- pudo apabullar al electorado con vallas publicitarias, carteles y cuñas de radio, convirtiéndose en un gran recaudador de votos.
Se entonarán mañana alabanzas sin cuento hacia quienes idearon eso que llaman «nuestra ejemplar transición». En rigor, el auténtico motor del cambio que se operó en España hace veinte años fue el Departamento de Estado norteamericano. Hoy en día, gracias a la desclasificación de la documentación secreta del Gobierno estadounidense de la época, sabemos que ya en los años 60 Washington tenía una idea clara de qué habría que hacer en España tras la muerte de Franco para evitar que en Madrid pudiera instaurarse un Gobierno hostil a los intereses del imperio. Y llevaron adelante su plan de modo muy concienzudo. Parte de ese plan era promocionar un «socialismo moderado» al modo del de González. Primero pensaron que hacía falta alguien del tipo de González; luego, que el tipo era González. Y otorgaron a los Brandt, Palme, Mitterrand y demás Craxis del socialismo europeo el nihil obstat para que dieran su total respaldo a «ese joven nacionalista» -así lo calificaban los gringos, ignoro por qué- y a sus amigos.
Por razones a decir verdad un tanto estrambóticas, pasé la noche electoral del 15-J en compañía de varios dirigentes del PSOE. Cuando TVE anunció que había vencido la UCD y no ellos, empalidecieron. «¡Pucherazo!», clamó uno que, pasado el tiempo, sería ministro y más cosas de relumbrón. Yo no dije nada: ya sabían lo que pensaba de aquellas elecciones, y tampoco era cosa de aburrirles.
Recuerdo lo que hice: pinché un disco de Emmylou Harris, me puse unos auriculares y me hundí en un mullido sofá, viéndoles perorar, sin oírles.
Algo parecido haré mañana cuando ellos, u otros como ellos, empiecen a cantar las excelencias de lo que ocurrió hace veinte años.
Javier Ortiz. El Mundo (14 de junio de 1997). Subido a "Desde Jamaica" el 17 de junio de 2011.
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