En un acto de involuntario surrealismo -supongo-, Eduardo Zaplana expresó hace algunos días su temor de que el PP, a la vista de cómo están las cosas, no tenga más remedio que volver a aquella consigna de los tiempos de la Transición que reivindicaba Libertad, amnistía y estatuto de autonomía. Me dejó de piedra: el PP, heredero de la Alianza Popular de finales de los 70, malamente podría volver a la consigna central de un movimiento social al que se opusieron a sangre y fuego -literalmente- sus antecesores más reputados, con Fraga y Martín Villa al frente.
¿Fue un mero desliz, propio de quien, a fuerza de hablar y hablar, pierde el sentido de lo que dice? No. Es reflejo de una sorprendente manía que les ha entrado a los del PP: servirse de consignas que fueron ideadas para fines no sólo muy distintos, sino a menudo directamente opuestos a los suyos.
Me llamó la atención en su momento la desenvoltura con la que decidieron utilizar la sentencia unamuniana («Venceréis, pero no convenceréis») para oponerse a la devolución de los documentos robados por los franquistas en Cataluña y asignados a los archivos de Salamanca. Es del dominio público que Unamuno, intermitente rector de la Universidad salmantina, fue apartado definitivamente del cargo tras pronunciar un discurso en el que incluyó esa dura condena al Régimen del 18 de Julio. Realmente hace falta mucha desenvoltura para atreverse a invocar las palabras de Unamuno en defensa de los expolios del franquismo.
Descaro similar, aunque de referencias más recientes, es el que han demostrado al enarbolar la consigna «No en mi nombre» para oponerse a los intentos de establecer vías de diálogo que conduzcan al fin de la violencia de ETA. Como es sabido, esa consigna alcanzó gran notoriedad porque sirvió de leit motiv a las movilizaciones pacifistas contra las aventuras bélicas de George W. Bush, primero en los Estados Unidos, luego en el resto del mundo. Que sea el PP, precisamente el PP, incondicional de Bush, el que se apropie de esa consigna, y que lo haga para boicotear una causa pacifista, es de una impudicia nada común.
¿Y qué no decir de su campaña electoral en las últimas elecciones europeas, en las que tuvo la ocurrencia de incluir la consigna «¡Pásalo!», tan ligada a su propio descalabro? ¿Y del atrevimiento del alcalde de Madrid, que se promociona hablando de que «Otro Madrid es posible», a imitación del altermundista «Otro mundo es posible»?
No sé cuál es su problema, pero está claro que alguno sí que tienen. ¿Les deprime el nulo éxito de sus propios eslóganes? ¿Envidian el éxito de los ajenos?
Ya me estoy preparando para la siguiente. Irá sobre cualquier cosa, pero no me cuesta nada imaginar qué tipo de consigna usurparán. De seguir en el mismo plan, tiene todas las papeletas el «¡No pasarán!».
Javier Ortiz. El Mundo (22 de junio de 2006).
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