Así que fue nombrado para el cargo de ministro de Defensa, José Bono se puso a jugar con fuego. Decidió que podía gozar de una doble bendición: la que le proporciona ser militante del PSOE, circunstancia que muchos -él entre ellos- consideran que lo acredita como hombre de izquierda, sin necesidad de más pruebas, y la que podía ir consolidando como portaestandarte de los más arraigados sentimientos de la derecha tradicional española, con el «Dios, Patria y Rey» por delante. Y a la tarea de rentabilizar esa doble condición se entregó en cuerpo y alma desde su llegada a un cargo que, por su naturaleza misma, debería haberlo mantenido al margen de las contiendas políticas locales.
Las intenciones de José Bono son cristalinas. Está convencido de que las alianzas de José Luis Rodríguez Zapatero con IU y los nacionalistas catalanes van a conducir al actual presidente del Gobierno a un callejón sin salida, momento en el que sólo se presentará una solución posible: la formación de un Gobierno respaldado por el PSOE y el PP. Bono, que sigue sin haber encajado su derrota en la votación que llevó a Zapatero a la Secretaría General del PSOE por los mismísimos pelos, entiende que, para administrar una entente como ésa, él sería con gran diferencia la persona adecuada. Y a eso juega. A seguir en el candelero del PSOE y a coquetear -en el plano político, pero también y sobre todo en el plano ideológico- con la derecha. No se le oculta, por supuesto, que una opción política como la suya, en caso de materializarse, crearía gravísimos problemas a los socialistas de Cataluña y también -aunque en menor medida- a los de Euskadi, pero no se arredra. Debe de decirse, siguiendo el ejemplo de su viejo compañero Carlos Solchaga, que quien quiere hacer una tortilla no tiene más remedio que romper huevos.
Es harto posible, sin embargo, que el ex presidente de Castilla-La Mancha haya calculado mal el funcionamiento de la derecha española. Porque una cosa es que, puestos a elegir, los agitadores mediáticos de la carcundia celtibérica lo traten mejor que a los demás miembros del Gabinete y se sirvan ampliamente de su espíritu solícito, y otra muy distinta que estén dispuestos a ponerse a sus órdenes. Por no hablar de la base social del PP, que mira en su mayoría a Bono con el convencimiento de que no pasa de ser una mona vestida de seda.
Con esa realidad se topó de bruces en la manifestación que se congregó el sábado en Madrid. La sedicente solidaridad con las víctimas del terrorismo, que Mayor Oreja convirtió ya hace años en banderín de enganche de la derecha más cerril, se le vino encima como un alud. Y con ganas de ponerlo calentito. Ignoro si en ese momento a Bono se le pasaría por la cabeza la posibilidad de que él y los suyos hayan estado jugando con fuego haciendo de segundones del PP al servicio de esa causa. Que se les haya ido la mano jugando a aprendices de brujos.
Dudo que tuviera ese momento de lucidez. Le hubiera venido bien.
La masa de fachas no gritaba «¡Bono presidente!», desde luego, pero tampoco «¡Rajoy presidente!». Clamaba «¡Acebes, Acebes!». Porque esos energúmenos serán todo lo burros que se quiera -o que no se quiera- pero saben muy bien oler a los suyos. Notan perfectamente que es Acebes quien puede representarlos como Dios manda. Quien mejor se identifica con su nostalgia de Franco. O de Aznar, por lo menos.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (24 de enero de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 28 de diciembre de 2017.
Comentar