Y vi que en la lejana India se desataban siete pestes, y las siete mataban como el rayo a cuantos de ella huían. Y vi en Ruanda a dos grandes tribus que blandían la espada de dos filos, y por ambos dos ambas morían, y causaban terrible pavor en el resto de los humanos durante cien días, y luego ya nadie más miraba hacia ellas. Y vi a mil policías brasileños persiguiendo a cien mil niños, todos misérrimos y sucios, y a unos les daban muerte para que no afearan las calles y luego los tiraban, y a otros los descuartizaban y vendían sus órganos en la plaza pública. Y vi a un escribano colombiano que llevaba la cuenta de los asesinatos políticos, y vi que reía alborozado y lanzaba grandes vítores y hurras tras comprobar que su cuenta era la más larga de todas las del orbe. Y vi en España a un banquero que clamaba desde lo alto de un púlpito de jaspe y coralina, y decía que mil millones de humanos subsisten con una moneda al día, y nada decía de los muchos que no subsisten cada día. Y vi en la selva frondosa de México a trece batallones que llevaban trece cisternas de alcohol a trece pueblos indígenas, y les pedían que bebieran y bebieran, porque los beodos no se hacen guerrilleros. Y vi en la capital de México una gran fiesta presidida por un gran dragón, y el dragón vestía de púrpura y llevaba joyas de oro, piedras preciosas y perlas, y a su alrededor siete jefes de la política y siete magnates de la droga festejaban la victoria del dragón, la muerte de sus enemigos y el éxito de sus negocios. Y vi en Sudáfrica a doce tribus que se devoraban entre ellas, y en el norte de Africa a doce tribus que se devoraban entre ellas, y en Yugoslavia a doce tribus que se devoraban entre ellas, y en Rusia, a doce veces doce. Y todas eran fuertes, y todas tenían poderosas armas de acero y hierro, y todas las usaban.
Y vi que el mundo era sacudido por grandes desgracias, y que los terremotos destruían las ciudades, y que los barcos se hundían y las olas engullían a los hombres, y que los barcos se hundían y una espesa capa negra cubría los mares, y que el aire se pudría y el sol quemaba a las criaturas, y que las aguas se corrompían y eran escasas, y que las gentes se pegaban por haberlas.
Y me acerqué al palacio de la reina Europa, y vi que estaba rodeado de cuatro fosos, y que detrás de cada foso se levantaban cuatro fortificaciones. Y vi que los soldados tiraban contra las turbas de mendigos que acudían de todo el mundo a pedir limosna. Y entré en el palacio y vi que los hombres y las mujeres vestían de lino blanco y fina seda, y en sus cabezas, muchas diademas de esmeraldas y rubíes, y en sus manos, copas de oro llenas de dulces vinos, pero eran ciegos y eran sordos, y su piel, aunque delicada, era insensible, y se hablaban, pero no se oían.
Y sentí entonces una profunda voz que retumbó en la bóveda celeste y que clamó: «¡Vea quien tenga ojos para ver, y escuche todo aquel que sea capaz de oír!».
Pero no tuvo respuesta.
Javier Ortiz. El Mundo (1 de octubre de 1994). Subido a "Desde Jamaica" el 7 de octubre de 2010.
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