No me hice verdadera idea de cómo era España en los tiempos de la Guerra Civil hasta que tuve la oportunidad de repasar los periódicos de la época. Lo que me resultó decisivo de la lectura de aquellos diarios -y en particular del ABC de Madrid, que por entonces se subtitulaba Diario republicano de izquierdas- no fue su relato de los acontecimientos políticos y las operaciones militares -los libros de Historia los explican mejor-, sino todo lo demás: las noticias de sociedad, la cartelera... y los anuncios. Los anuncios muy en especial. Ellos me permitieron reconstruir la vida cotidiana de los españoles en medio de la guerra.
La publicidad retrata la vida social. Cómo el anunciante trata de conectar con los más arraigados deseos de los consumidores, los anuncios de cada época rezuman la ideología predominante en ese exacto momento.
Imagino que, cuando en el 2040 o 2050 los jóvenes quieran recrear estos tiempos de ahora, también fijarán su atención en los anuncios. No sólo de periódicos y revistas, sino también de televisión y radio. A nada sensatos que sean por entonces -cosa que me libro muy mucho de dar por hecha-, supongo que se quedarán de piedra. Les será difícil entender que, en un mundo que se desangraba entre largas guerras y terribles hambrunas, la minoría que vivía en las zonas ricas del planeta se dedicara a las actividades más idiotas y frívolas. Que se entregara alegremente al despilfarro de las materias primas y los alimentos, destrozara sin reparo alguno la Naturaleza y no se interesara por nada que no le afectara directa y personalmente. Me imagino a un estudiante de mediado el siglo XXI tratando de averiguar las razones por las que sus antepasados podían gastarse un pastón en teléfono para escuchar conversaciones eróticas grabadas en las antípodas. No lo tendrá fácil.
Averiguarán mucho sobre esta sociedad cuando vean cuánto anuncio se produce para colocar en el mercado artilugios perfectamente prescindibles, cuando no inútiles del todo: aguas imantadas, pulseras mágicas, chicles no menos mágicos, lociones y cremas que devuelven la juventud en un santiamén, visiones del porvenir por teléfono... Los futuros estudiosos de la España presente comprobarán que aquí, en este fin de siglo, se podía vender casi cualquier cosa.
Verán también que la publicidad, particularmente la radiofónica, era (es) terriblemente agresiva: gritos ensordecedores, sirenas, pitidos, preguntas que toman al público por imbécil («¿Te preocupa tu futuro?», «¿Recuerdas cómo aprendiste a hablar?»)... «Si con esos métodos lograban vender -pensarán-, es que el personal era, además de muy crédulo, perfectamente masoca».
Esos dos rasgos psicológicos de muchos de nuestros conciudadanos -la credulidad y el conformismo- ayudarán a las gentes del futuro a descifrar lo que inicialmente les parecerá también un enigma: cómo pudo el pueblo español tener al mando durante tanto tiempo a alguien como Felipe González.
Javier Ortiz. El Mundo (11 de marzo de 1995). Subido a "Desde Jamaica" el 18 de marzo de 2011.
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