Manifestación de prostitutas en Madrid. Quieren llegar a un pacto de convivencia con el vecindario de las calles donde hacen la idem y reclaman respeto.
Hace años que una buena amiga mía viene esforzándose para que se organicen y hagan valer sus derechos de ciudadanas. Es un trabajo difícil, que choca con muchas incomprensiones. Algunas reticencias son lógicas: los vecinos se quejan del submundo cutre que todavía sigue rodeando eso que los cursis llaman «el oficio más viejo del mundo».
Hay una teoría al respecto. Sostiene que las autoridades municipales, en connivencia con los especuladores inmobiliarios, permiten que la prostitución se instale en algunas calles del viejo Madrid para que las viviendas se abaraten, de modo que las constructoras puedan adquirirlas a precio de saldo. Una vez que los buitres del ladrillo tienen el solar en mano, la Policía se encarga de limpiar la calle y de convertirla en «honorable», con lo que el solar sube de precio como la espuma.
Como periodista que he sido durante 35 años, hace mucho que envidio a las personas -mujeres y hombres- que ejercen la prostitución. No por sus condiciones de trabajo, que son espantosas -las noches madrileñas son terriblemente frías durante la mayor parte del año, y su clientela no siempre es la más agradable-, sino por el limitado compromiso moral que les exige. Quien trabaja en la prostitución se limita a alquilar su cuerpo. Mientras folla, puede pensar en lo que le venga en gana. Incluso en el asco que le da quien le está pagando por hacerlo. En cambio, el periodista alquila su cuerpo y su mente: se entrega a la patronal en cuerpo y alma. No puede reservar ningún espacio para su libertad.
Es, sin duda, un oficio mucho más sucio.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (20 de febrero de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 4 de marzo de 2017.
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