Hoy puede recibir Almodóvar su enésimo premio por Hable con ella. En esta ocasión le puede caer el César galo -el equivalente que tienen nuestros vecinos del norte de los Goya- a la mejor película extranjera. Se le asignan grandes posibilidades, dado que la crítica parisina saludó el estreno de la película con general alborozo. Varios periódicos la calificaron de chef-d'oeuvre (obra maestra). Que ya es calificar.
Si los entendidos de los más lejanos países, desde los Estados Unidos de América a Francia, aclaman a Almodóvar como un cineasta genial, digo yo que será por algo. Aunque yo no encuentre ese algo por ningún lado.
Hable con ella me pareció un aburrimiento. Un aburrimiento pretencioso y vanamente preciosista. La historia que cuenta no consiguió interesarme en ningún momento. No sólo es rocambolesca, traída por los pelos e inverosímil en alto grado, sino además -y esto es lo peor- perfectamente prescindible: a mí, al menos, no me aportó ni un gramo de conocimiento de la vida. En ninguna de sus muy distintas posibilidades. Eso sin contar con la inclusión en la cinta de episodios tan de aurora boreal como la pintura naïf, y hasta condescendiente, de una violación con todas las de la ley.
Admito que yo puedo ser un espectador bastante mei generis, pero he de declarar y declaro que ya a los 20 minutos de proyección me estaba preguntando: «Y todo esto ¿por qué?». Tenía unas ganas casi irresistibles de salir por piernas, y sin duda que lo habría hecho de no haber acudido al cine en compañía, circunstancia que me obligó a meter en danza penosas consideraciones de cortesía.
Hablo de Hable con ella, pero podría decir tres cuartos de lo mismo de otras películas de reciente éxito, españolas o no. Por ejemplo, de En la ciudad sin límites, película que me endilgó otra dosis de tedio y letargo de aquí te espero. Vi deambular a Fernando Fernán-Gómez por pasillos de hospital y estaciones de tren con el mismo sentimiento de aburrido disgusto que me podría producir la entrada de una mosca en la habitación de hotel que ocupo en este momento. No digo nada si la mosca apareciera acompañada de Geraldine Chaplin.
¿Qué tengo yo que me hace sentir una profunda emoción ante Los lunes al sol, que nadie por ahí parece valorar, y ninguna -cero, lo que se dice cero: cero patatero, que diría my friend Asna- ante filmes del estilo de Hable con ella o En la ciudad sin límites?
Me pregunto si no será que me tomo demasiado en serio esto de andar por la vida, y lo muy efímero que es el transcurso, y que por eso detesto que me hagan dar paseos emocionales que no conducen a ninguna parte.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (22 de febrero de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 25 de febrero de 2017.
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