«Europa respira aliviada por el batacazo electoral sufrido por Jörg Haider». Comentario unánime en nuestros medios de comunicación de hoy.
¿Y en qué consiste el alivio? La gente de Haider (FPÖ) ha bajado muchos peldaños en la escala electoral, pero, a cambio, ha subido como la espuma el ÖVP, es decir, el PP austriaco. Si uno se toma el trabajo de examinar las diferencias políticas prácticas entre el «ala liberal» del partido de Haider y el ÖVP, comprueba al punto que apenas existen. Lo que ha marcado al partido de Haider con un estigma no es lo que ha hecho, sino lo que ha dicho: algunas declaraciones escandalosas y ciertas actitudes provocativas de su líder. Pero, a la hora de la gobernación concreta de la sociedad austriaca, el FPÖ no ha promovido nada que no pudiera ser asumido -o que no haya sido asumido, o incluso realizado con antelación- por Aznar, por Berlusconi... o incluso por Blair.
¿Alguien cree que existe una franja importante del electorado austriaco que se pasa del fascismo al democratismo sin pestañear? Por supuesto que no. Muchos votaron a Haider en su momento porque lo que prometía les sonó bien, y han dejado de votarle ahora porque piensan que les ha traído más problemas -en sus relaciones internacionales, sobre todo- que soluciones. Si por fascista se entiende «incompatible con el sistema parlamentario», el FPÖ no es fascista: se amolda sin mayor problema al esquema institucional existente en el conjunto de Europa. De la misma manera, pero a la inversa, es una patraña identificar al PP de Wolfang Schüssel con la defensa de las libertades democráticas clásicas. Ambos partidos se mueven, de hecho, dentro de los parámetros políticos de la UE. La diferencia entre el uno y el otro es de matiz. Ése es el estrecho margen por el que oscila un amplio sector del electorado austriaco.
La actual derecha europea no está dividida entre «fascistas» y «demócratas». Para estas alturas, esa distinción es mítica. Y los electores lo sienten, si es que no lo saben: por eso la supuesta derecha fascista experimenta tan fuertes oscilaciones electorales. Entre la concepción del mundo de buena parte de los electores de Le Pen y la de muchos electores de Aznar apenas hay diferencia, como no la hay entre amplias franjas de los votantes de Berlusconi y los de Haider. A veces no es sólo que sean iguales en el fondo: es que tampoco se diferencian demasiado en las formas.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (25 de noviembre de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 29 de diciembre de 2017.
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