Confieso que mi primera reacción ante la ola de indignación popular que sacudió el país el martes, tras la publicación de las fotografías de los cadáveres de Lasa y Zabala, fue de estupor. De verdad: me costaba entender que hubiera tanta gente sorprendida. «¿De qué guindo se caen éstos? -me dije-. ¿En qué estado se pensaban que podían encontrarse los cuerpos de Lasa y Zabala, cuando ya dábamos por hecho que habían sido raptados por los GAL, traídos hasta España, interrogados y torturados durante semanas y finalmente asesinados?».
Constato, de todos modos, que el estupor general ha sido real y sincero, y trato de explicármelo.
Una primera clave la obtengo de la vieja sabiduría popular: ojos que no ven, corazón que no siente. Está claro que, para que esta sociedad nuestra empezara a hacerse cargo cabalmente de lo que fueron los GAL, era imprescindible mostrarle así, física y crudamente, el fruto de aquella infame degradación. Antes podía conocerla; ahora la siente. Es triste, pero es así: en la conciencia de muchos españoles, ha pesado menos la certeza de veintitantas muertes que la visión de dos.
Pero esa explicación, por justa que sea, no agota el problema. Hace falta saber por qué algunos no necesitaron esa macabra visión para sacar las conclusiones de rigor hace ya once años, en tanto otros han tenido que llegar hasta este punto para empezar a extraerlas.
No fue, desde luego, porque la agudeza deductiva de los primeros estuviera muy por encima de la de los segundos. Lo que distinguió a aquella exigua minoría de entonces fue, en primer lugar, que no se asustó del resultado que daba sacar conclusiones de lo que estaba pasando. Y, en segundo término, que cuando vio que todo apuntaba a la responsabilidad de los más altos dirigentes del Gobierno, tampoco se sorprendió gran cosa. Ya se sabía que el PSOE no sólo había dejado intacta la Policía franquista, sino que había designado a reputados torturadores para puestos decisivos del aparato y trabajaba en perfecta sintonía con ellos. Con la UCD hubo muchos incontrolados que hicieron bestialidades. Con Felipe González las bestialidades pasaron a hacerse bajo control. Por eso los GAL nacieron cuando le vino bien al Poder, y por eso desaparecieron cuando perdieron su utilidad. Habría bastado con que el señor X se equivocara de carpeta para que el decreto de disolución de los GAL hubiera salido publicado en el Boletín Oficial del Estado.
Claro que, de haberse publicado en el BOE, tampoco habría pasado nada. Por entonces, la oposición consideraba de mal gusto comentar esas cosas tan desagradables.
Porque, digámoslo todo: no es que el PP e IU hayan tardado en entender lo que sucedió. Lo que han tardado en entender es que les convenía decir en voz alta lo que sabían de sobra desde el principio.
Javier Ortiz. El Mundo (25 de marzo de 1995). Subido a "Desde Jamaica" el 28 de marzo de 2011.
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