Acabábamos de comentarlo. «Menos mal que no han venido los fachas a reventarnos el acto», dije yo. «Muy mal, muy mal, eres un organizador fatal», bromeó Anasagasti. «¡Un buen numerito de ésos hubiera ayudado a promocionar el libro!».
Tuvimos ayer la presentación de Dos familias vascas: Areilza y Aznar, obra de Iñaki Anasagasti y Josu Erkoreka, con prólogo de Xabier Arzalluz (que Luis Rodríguez Aizpeolea califica hoy en El País de «vitriólico»).
Todo fue según lo previsto. Tras un breve exordio introductorio mío, Erkoreka y Anasagasti explicaron sus respectivas contribuciones a la obra, hubo tres o cuatro intervenciones del público y nos disolvimos pacíficamente.
Sobre estos actos se cierne siempre el peligro del peñazo. Es muy frecuente que los autores -que se toman por lo general tremendamente en serio- larguen unos rollos de muchísimo cuidado sobre sus habilidades, a su juicio nunca suficientemente reconocidas, ejercicio de narcisismo que suelen tratar de compensar -sin conseguirlo- con infinitas afirmaciones de falsa modestia. A menudo se llevan un par de amigos cuyos piropos los -y nos- abruman, mientras ellos esbozan una sonrisa pudibunda y miran al infinito como si tanta alabanza, aunque justa, no encajara bien con la sencillez de su carácter.
Por eso da gusto cuando te topas con autores como Erkoreka y Anasagasti, que no llevan ningún amigo, cuentan de qué va lo que han escrito, lo relatan sin titubeos, añaden al conjunto unas cuantas pinceladas de buen humor y se callan antes de que hayas tenido tiempo de empezar a aburrirte.
Acabado el asunto, que quedó también muy propio por la notable asistencia de público -había incluso gente de pie- y por la presencia de medios de comunicación, francamente nutrida, nos fuimos a cenar. Y en ésas estábamos cuando alguien telefoneó a Anasagasti para informarle de los intentos de agresión que había sufrido el lehendakari Ibarretxe en Granada.
No nos extrañamos. «Lo que no sé es para qué va», comentó Anasagasti. Yo sí sé para qué va, y supongo que Anasagasti también. Se cree en la obligación de explicar sus posiciones de viva voz, ya que los medios de comunicación españoles las deforman y ridiculizan a diario. Pero ese esfuerzo de explicación directa conlleva el nada desdeñable riesgo de que algunos grupetes ultraaznaristas -o ultramayororejistas- aprovechen la presencia del lehendakari para hacer una demostración práctica de su apego a la legalidad constitucional vigente.
Por la mañana Aznar había estado jaleando a la Guardia Civil, insistiendo en su carácter militar y animándola a ser garante de la unidad de España. Por la tarde, un centenar de esforzados muchachotes granadinos demostraron al presidente del Gobierno que ellos también participan de ese benemérito espíritu.
Representantes de la comunidad universitaria de Granada se han quejado de que la Policía no hizo nada para evitar que los alborotadores agredieran al lehendakari. Dado que se trataba de una manifestación no autorizada y de que los congregados hacían ostentación de su fascismo militante, el delegado del Gobierno hubiera podido ordenar que se despejara el campo (cosa sencilla, porque los manifestantes no pasaban del centenar).
Dicho de otro modo: que si Ibarretxe fue agredido y su coche atacado a golpes, es porque así lo quiso la autoridad gubernativa. Y todos sabemos por qué.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (23 de octubre de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 25 de octubre de 2017.
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