La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero.
AGAMENON.- Me parece justo.
EL PORQUERO.- No estoy de acuerdo.
(Antonio Machado)
Este pasaje pasaje del Juan de Mairena es uno de los más citados de toda la obra de Machado. También es uno de los peor citados. Lo más frecuente es que se evoque solo la primera parte, olvidando las respuestas posteriores de Agamenón y del porquero, con lo que se desvirtúa por completo el sentido de la reflexión de Machado o, si se prefiere, de Mairena.
Estos días estamos oyendo y leyendo muchas juicios sobre las noticias relativas a la vida privada del rey. Y no son pocos los que se han precipitado a descalificarlas basándose en que, según ellos, las revistas que han publicado esas noticias -Point de vue y Oggi- no son serias. Lo curioso es que, por más que uno escucha o lee a los que así se expresan, no encuentra la imputación que sería clave: la de que esas revistas han mentido. «Otra cosa sería que lo hubieran publicado Le Monde o el Herald Tribune», llegan a argüir. Para ellos, ya ven, solo vale lo que dice Agamenón. El porquero de Mairena tenía razón: no les importa la verdad, sino quién la dice.
Otra pecularidad: los mismos que se muestran indignados porque se haga caso de lo que dicen los porqueros sobre el rey de España reproducen alegremente las palabras de otros porqueros, no menos referida a la vida íntima de gente igualmente famosa, y hasta igualmente real, cuando quienes se ven afectados por esas noticias les importan un bledo. En tales casos -príncipes de Gales, Duquesa de York, Allen, Farrow y familia- no solo citan a los porqueros, sino que incluso publican largas obras de porqueros en eternos fascículos, y hasta mandan a sus mejores reporteros para que escriban porquerías de primera mano con mucho colorín. Un rutilante ejemplo de doble moral.
Las respectivas verdades de Agamenón y su porquero -como todas las verdades, excepto las de Pero Grullo, respondían a los intereses de cada uno de ellos. El buen porquero se negaba a ponerlas a la par, y con motivo. Agamenón, rey de Argos era cuñado de Helena, la que se largó con Paris y armó la de Troya. El propio Agamenón se trajo de la guerra a la joven Casandra, lo que no le hizo ni pito de gracia a su esposa, Clitemnestra. Es poco probable que, si el porquero hubiera contado esas verdades, Agamenón las hubiera reconocido como tales. (Por cierto: un amarillista de la época, llamado Esquilo, escribió sobre todos los líos que había en aquel palacio. Dio forma de tragedia al relato y lo tituló Agamenón. Fue la primera parte de una basura llamada Orestíada).
Si el porquero tuvo algún lío, no lo sabemos. Como no era un personaje público, nadie habló de ello.
Javier Ortiz. El Mundo (23 de agosto de 1992). Subido a "Desde Jamaica" el 25 de agosto de 2011.
Comentar