Todo el mundo da por hecho que en España existe una enorme afición por el fútbol.
Me da que no tanta.
Me explico.
Si uno es melómano, disfruta con el trabajo de una gran variedad de compositores e intérpretes. Si es amante de la pintura, aprecia la obra de cientos de autores. No concibo un verdadero enamorado del jazz al que sólo le interesen las interpretaciones de Thelonius Monk y Miles Davis, por geniales que sean, ni un entusiasta de la pintura que desprecie todo lo que no haya salido de los pinceles de Goya y Kandinsky, por citar otros dos de aquí te espero. ¿Imagina alguien a un admirador del buen ajedrez perdiendo el interés por el desarrollo de un torneo así que su maestro predilecto queda apartado de la lucha por el título?
Sin embargo, en España son muchísimos los supuestos aficionados al fútbol que sólo ponen interés cuando quienes juegan son los suyos. Lo hemos podido comprobar en la recién concluida Eurocopa de Portugal. En cuanto la selección española fue eliminada, buena parte de los aficionados volvieron la espalda al campeonato, y otro tanto hizo la prensa especializada. Empezaron a prestar más atención a la designación del nuevo seleccionador nacional y a los eventuales fichajes para la próxima temporada que a los cuartos de final de la contienda que tenía lugar en el país vecino.
Ya se sabe que las competiciones deportivas sirven para transferir -y con suerte también para desbravar- algunos sentimientos problemáticos de los individuos. El de la afirmación de la tribu propia por oposición a las demás, muy en especial. Siendo así, no tiene nada de sorprendente que haya diversas banderías, con sus correspondientes grados de pasión. Lo que llama la atención es que una vez perdida la bandería y la pasión no quede prácticamente nada.
No es algo que afecte sólo al fútbol. Sucede lo mismo -y de modo aún más radical- con otras prácticas deportivas. De repente, un español triunfa en algo. De inmediato, varios millones de personas se apasionan por ese algo. ¿Que el español en cuestión pierde fuelle y ya no gana ni a la de tres? El interés desaparece tan velozmente como vino.
He visto a lo largo de los años desvanecerse el entusiasmo popular por los deportes más variopintos, desde los ejercicios de gimnasia olímpica a la persecución tras moto, pasando por el boxeo, según hubiera o dejara de haber un paisano triunfador con quien identificarse.
Se deduce de ello que hay mucho más forofismo que afición real. Que a muchísimos no les importa tanto la calidad del juego como disfrutar viendo ganar a los suyos, en lo que sea y a costa de lo que sea. Supongo que, en el fondo, lo que quieren es obtener satisfacciones por delegación (tribal: local, nacional), para compensar de algún modo las pocas que obtienen por su cuenta y para sí mismos.
Javier Ortiz. El Mundo (7 de julio de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 22 de abril de 2018.
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