El episodio de ópera bufa protagonizado por Maragall con la amagada y nonata reorganización de su Govern, que ha logrado la unanimidad de los tres partidos que lo condujeron a la Presidencia de la Generalitat -¡los tres le han vuelto la espalda!-, ilustra muy bien acerca de una realidad sobre la que vengo insistiendo desde hace años, porque me parece crucial: el bajísimo nivel de nuestra clase política.
No me refiero en esta ocasión a su incultura general y a su espantosa verborrea -de eso ya he escrito en muchas otras ocasiones, y me tocará seguir haciéndolo, supongo-, sino a su carencia de la virtud que más conviene al oficio que practican: la inteligencia.
Por decirlo sin demasiados ambages: parecen tontos.
Por cada uno que sale con algunas luces, hay cincuenta tarugos.
Lo de Maragall podría tenerse por antológico. En vista de que pasa por un momento dificilísimo, con los medios de comunicación más influyentes oscilando entre la crítica inmisericorde y la descalificación a perpetuidad, habida cuenta de que, por no tener a favor, no cuenta ni con su propio partido -o lo que sea-, va y aprovecha para postular una remodelación de su Gobierno; una remodelación que nadie pedía y cuyo rasgo distintivo más original era la pretensión de convertir en conseller a su propio hermano.
He dicho que lo de Maragall podría considerarse antológico. Podría, pero mejor será no hacerlo, porque la torpeza del president resulta cualquier cosa menos excepcional. Al contrario. Se ha atenido a una norma que parece de obligado cumplimiento en la política española: liarlo todo al máximo, no vaya a ser que tenga solución.
Ayer oí en la radio unas declaraciones de Rodríguez Zapatero -otro fénix de los ingenios- que me sugirieron la misma melancólica pregunta: ¿por qué no se estará callado este hombre? ¿Tan imposible le resulta la discreción? ¿Tan difícil le es hacer algo más y parlotear algo menos? Volvió a dar la murga diciendo que está dispuesto a dialogar con ETA si la organización armada anuncia su voluntad de desarmarse. Con lo cual ya ha conseguido que el ejército mediático de la España eterna se movilice de nuevo contra la posibilidad de un diálogo con ETA. ¡Jamás algo tan inexistente había logrado suscitar tanta hostilidad!
Son torpes para todo. Para lo grande y para lo pequeño. Todavía se mantiene en los medios vitivinícolas el cabreo contra el ministro de Exteriores, Moratinos, que tuvo el detallazo de declarar públicamente y sin venir a cuento que a él, donde esté un buen vino de Burdeos, que le dejen de riojas o riberas del Duero. ¡Menos mal que lo suyo es la diplomacia!
Manca finezza (*), dijo Giulio Andreotti -corrupto pero no tonto- hablando de la vida política española. Y por aquí alguien le respondió: «¡Menos finura y más honestidad!». A lo que cabría replicar dos cosas. La primera, que no es buena cosa dejarse arrastrar por la molicie de la Academia y confundir la honradez con la honestidad. Y la segunda, que la política española ha demostrado de sobra que es muy sencillo carecer simultáneamente de finura y de honradez, todo en las mismas piezas.
(*) «Falta finura», o quizá mejor: «Falta sutileza».
Javier Ortiz. Apuntes del natural (17 de octubre de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 15 de octubre de 2017.
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