Conocí de chaval a un fabricante de cristos, gran persona él. Me quedaba horas en su taller. Me fascinaba la labor del trabajador encargado de la fase última del proceso. Cogía una imagen de Cristo, la ponía sobre una cruz y la clavaba; pasaba el crucifijo al embalador y volvía a iniciar su tarea. Crucificaba el hombre con gran alegría, charlando de sus cosas y silbando motivos de moda, tipo «Ah torero, cha-cha-cha, con tus patillas a lo bandolero, cha-cha-cha». Creo que fue a él a quien escuché por vez primera el expresivo refrán castellano: «a mal cristo, mucha sangre». No les era aplicable a ellos, dedicados ya a la cristogenia en cadena, sino a sus antecesores, que fabricaban los cristos a mano. Los más chapuceros, cuando la figura les salía con fallos, no los corregían: los disimulaban añadiendo a la imagen más y más pintura, a modo de sangre.
El recurso de los viejos malos cristeros sigue vigente. Ahí están -ellos me han recordado el refrán- los que fabricaron el gran cristo de los GAL. Como les salió un churro, se han puesto a tratar de encubrirlo pintándole más y más heridas de ocasión: que si Conde, que si Perote, que si Santaella, que si Fulano, que si Manglano, que si la conspiración que es conjura pero no chantaje y el chantaje que es conspiración pero no conjura, que si las pifias de Moreiras, que si los rencores de Garzón...
Admitámoslo con franqueza: si como asesinos estos tíos fueron la vergüenza de todo el gremio criminal, como fabricantes de cortinas de humo son bastante buenos. No ignoro que tienen a su disposición una maquinaria ventiladora formidable y que algunos de sus enemigos se diría que están predestinados a quemarse para proporcionarles el humo. Pero hay que reconocerles, con todo y con eso, que seleccionan el humo adecuado y que saben difundirlo eficazmente.
Y su labor consigue el efecto que buscan: impedir que el personal vea con claridad. Lo constato cada día. Hay gente habitualmente bien informada que tiene ahora una empanada de mil pares. Ya no sabe si Perote estuvo en el Monbar para comprar una microficha a Garzón, si Galindo es primo de Belloch o nieto de Damborenea y si Conde hizo la bañera a Zabalza para que no contara lo de Marey o para que le ayudara a vender antibióticos a un italiano que es accionista de El Mundo. Hacen legión los que, como no se aclaran ya un pijo en todo este lío, han decidido pasar olímpicamente de él. ¿Resultado? Que los que nos pasamos el día reclamando que no se olvide lo esencial -¡que una pandilla de políticos se dedicó al asesinato, ni más ni menos!- les parecemos unos plastas obsesos.
Veremos quién acaba venciendo en el pulso. Si ellos, echando más y más sangre a su mal cristo, o nosotros, pidiendo justicia para la mucha sangre que derramaron.
Javier Ortiz. El Mundo (21 de octubre de 1995). Subido a "Desde Jamaica" el 27 de octubre de 2010.
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