Hay quien habla del PP como si fuera un fenómeno ya superado, muerto y enterrado.
Convendrá empezar por recordar que el partido de Rajoy -bueno, de Aznar- obtuvo 9.630.512 votos.
Son, por decirlo en términos científicos, la hostia de votos.
No inequívocos, por supuesto. No todos se deben al irresistible atractivo político del PP.
Cualquiera con experiencia en procesos electorales españoles sabe que hay un amplio sector del electorado que vota por norma al partido que está en el Gobierno, sea el que sea (salvo que se encuentre en las últimas). Son votos conservadores, dicho sea en el sentido más literal de la palabra. Es la opción de gente, muy frecuentemente entrada en años, que teme perder lo que tiene, poco o mucho, y que no quiere correr riesgos. Prefiere que las cosas sigan igual. Su voto no significa que lo que hay les valga, ni que les parezca bien. Puede que lo consideren incluso de manera muy crítica. Pero lo ven como un mal menor. Huyen del riesgo.
Tampoco son necesariamente votos fijos los de aquellos que respaldan al partido gobernante porque viven gracias a su maquinaria de poder o, al menos, instalados en ella. Que han conseguido algún contrato de favor, alguna adjudicación más o menos graciosa, tal o cual privilegio fundamentado en una relación personal, esta o aquella concesión... No hablo de los funcionarios, que tienen el empleo fijo, sino de la nube de pequeñas empresas, de autónomos, de contratados por periodos limitados pero renovables... Y de los familiares que dependen de ellos, por supuesto.
Ése es también un voto trasladable, porque el que entra en el Gobierno sustituye a esa legión de estómagos agradecidos por otra semejante (o en parte por la misma). Y los que formaron parte de la anterior no se esperan cruzados de brazos cuatro años a ver si hay suerte y regresan los suyos, sino que se van buscando la vida como pueden.
Quiero decir con esto que, si bien es un hecho que el PP tuvo el pasado 14 de marzo 9.630.512 votos, ya no los tiene.
Pero, incluso contando con eso, sigue teniendo un respaldo social importante. De gente que, en medida considerable, ocupa puestos de influencia dentro del entramado de los diversos poderes que conforman finalmente el Poder. La Iglesia, el empresariado, la banca, la judicatura, Washington... El PP ya no es el partido de neófitos al que los grandes poderes miraban con prevención en 1996, dudando de que fuera capaz de gestionarles los asuntos como Dios manda. Ahora tienen la certeza de que sabe administrárselos a la medida de sus necesidades materiales e ideológicas y lamentan muy sinceramente su marcha. Harán lo posible para que regrese, a no ser que Rodríguez Zapatero les demuestre pronto y bien que él puede hacer lo mismo con idéntico entusiasmo.
Y luego está el poder local. Como residente alternativo de dos comunidades (la madrileña y la valenciana) controladas por el PP tanto en el ámbito de la administración autónoma como en el del gobierno de las capitales, la realidad no me permite olvidar ni por un momento el poder que conserva ese partido. Se acabaron, es cierto, los tiempos de la Gran Armonía, cuando todos los poderes se ponían de acuerdo para hacer de nuestra capa su sayo y reírsenos en las barbas. Pero hay un enorme ámbito de competencias en el que seguirán moviéndose con plena libertad.
El PP va a seguir estando ahí. O sea, aquí. Va a plantear mil batallas, va a mantener en pie de guerra a sus partidarios, va a atizar las divergencias internas del PSOE -que no son pocas-, va a invocar la Sagrada Unidad de la Patria cada dos por tres... No nos hemos librado de ellos, ni mucho menos.
¿Sabrá Zapatero neutralizar sus embates de algún modo que no sea aplicar sus recetas?
Lo dudo. Pero, bueno, tampoco hay ninguna necesidad de adelantar acontecimientos.
z
Una cosa más.
Todo el mundo ha hablado de la alta participación registrada en las elecciones del 14-M, de cómo el electorado «se volcó en las urnas» para demostrar esto y lo otro, etcétera. La ministra Del Castillo llegó a atribuir a esa gran participación la derrota de su partido, hablando en tono de evidente cabreo de «la gente que nunca va a votar y esta vez ha ido», como si esa gente hubiera alterado las reglas del juego, o algo así. Con todo y con eso, hubo 7.628.756 abstencionistas. Dos millones menos que votos ha tenido el PP. Casi el 23% del electorado.
Una de cada cuatro personas inscritas en el censo electoral pasó olímpicamente.
Es un dato que conviene tener en cuenta, para relativizarlo todo aún más.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (21 de marzo de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 14 de mayo de 2017.
Comentar