-Cuando usted fue detenido, llevaba una pistola, ¿verdad?
-Sí; una pistola checoslovaca.
-¿Y para qué la llevaba?
-Para defenderme de la Policía.
El interrogatorio se produjo el 9 de diciembre de 1970 en la última sesión del denominado Proceso de Burgos. No sé quién formuló las preguntas. Recuerdo bien, en cambio, de quién fueron las respuestas. Las dio un joven militante de ETA llamado Mario Onaindia Natxiondo. Condenado a muerte, la pena le fue conmutada. Salió en libertad con los años, cambió de derroteros políticos y acabó sus días -no hace mucho- como presidente del PSE-PSOE.
Nadie tenía entonces duda -ni la tiene ahora- de que entre los 16 acusados se encontraba el activista que en agosto de 1968 había acabado a tiros con la vida del comisario Melitón Manzanas. Pese a lo cual, la opinión pública internacional los defendió y todos ellos, con el paso del tiempo, recuperaron la libertad, e incluso accedieron a destacados cargos públicos.
Cuatro años después de aquello, un joven anarquista catalán, Salvador Puig Antich, fue acusado de haber matado a un policía en el curso de un tiroteo. Se le sometió a juicio sumarísimo.
No hubo apenas movilización internacional en su favor.
El 2 de marzo de 1974, a las 9 horas y 40 minutos -ayer hizo 30 años-, Puig Antich era ajusticiado mediante garrote vil en la cárcel Modelo de Barcelona. Tenía 24 años. Minutos antes, fue agarrotado en Tarragona un hombre del que se dijo que se llamaba Heinz Chez y que era polaco, aunque luego se supo que ni se llamaba Heinz Chez ni era polaco. Su muerte fue tan espantosa que el militar que dirigió el ajusticiamiento obligó a los presentes a sellar un juramento de silencio. Lo mataron para que sirviera de torna de Puig Antich. (En catalán, se llama «la torna» a lo que se añade a la mercancía para que alcance el peso requerido. De ahí el título de la obra que Boadella dedicó al caso, y que le costó bien cara.)
El Consejo de Ministros dio el «enterado». Dentro de las filas del régimen, sólo se oyó una voz contraria: la de Esperabé de Arteaga, procurador por Salamanca, que habló en las Cortes contra la pena de muerte. Fue abucheado por sus compañeros.
Repásese la composición de aquel Consejo de Ministros y de aquellas Cortes. Comprobarán que más de un político de aquella recua sigue en activo.
Podría añadir que nunca se demostró que fuera Puig Antich quien dio muerte al policía. Podría alegar que no se realizaron pruebas balísticas; que, de hecho, el Tribunal no mostró el menor interés por los aspectos jurídicos del caso.
Podría hacerlo, pero no veo para qué. Si alguien considera que es decisivo saber si Puig Antich era culpable o inocente de la acusación que recayó sobre él, le invito a que relea los párrafos iniciales de esta columna.
Javier Ortiz. El Mundo (3 de marzo de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 18 de abril de 2018.
Comentar