Como ya sabe alguna gente habitual de esta página, hoy retorno a las andadas laborales. Al trabajo por cuenta ajena, en suma.
Dejé de practicar esa modalidad hace exactamente 16 meses, cuando pedí en El Mundo -y me dieron- un año de vacaciones sin sueldo. Acabado ese plazo, La Esfera de los Libros (editorial ligada a El Mundo) me encargó que escribiera un libro sobre Ibarretxe, lo que me llevó a solicitar que se me prorrogara por cinco meses más ese ventajoso estatus.
Llegada también esa prórroga a su término a finales de enero, se me presentaban tres opciones: reintegrarme a mi puesto de subdirector en El Mundo, solicitar una excedencia... o forzar mi despido por razones de incompatibilidad político-ideológica.
La primera posibilidad la descarté de inmediato: no me sentía en condiciones de volver a la esquizofrenia diaria de pensar unas cosas y escribir otras. Qué digo otras: las diametralmente opuestas.
También renuncié desde el principio a la tercera hipótesis. Por muchas que sean mis diferencias con Pedro J. Ramírez, he de reconocer que el trato que me dispensó durante los once años que trabajamos juntos fue muy considerado, y hasta deferente. Cuando entré a formar parte de la plantilla de El Mundo, yo era un periodista más, del montón, escasamente conocido fuera del propio gremio, y tampoco demasiado dentro de él. Ramírez confió en mí en muy diferentes planos, incluido el que más satisfacciones me ha reportado: el de columnista. Y lo ha seguido haciendo, pese a nuestros cada vez más amplios desacuerdos. En todo ese tiempo, sólo he tenido un incidente de importancia con él -en relación con una columna mía sobre Botín: algunos ya conocen la historia- y, ahora que ya nadie puede tomarlo como un gesto de sumisión, reconoceré que aquel encontronazo lo gestioné con habilidad tirando a limitada.
De modo que, por elemental gratitud, renuncié también a la posibilidad de provocar una ruptura traumática, dineros al margen.
Eso sin contar con que un enfrentamiento de ese tipo habría entrañado necesariamente el cese de mi colaboración en El Mundo como columnista. No es que mi marcha amistosa asegure que Ramírez vaya a continuar de por vida publicando mis artículos -ahora puede darme puerta en cualquier momento, sin necesidad de ninguna explicación-, pero por lo menos no seré yo el que provoque mi abandono de ese rincón que el diario me reserva dos veces por semana desde hace ya más de diez años.
Descartadas las otras dos teóricas salidas, la única viable que me quedaba es la que tomé en enero: solicitar mi paso a la situación de excedencia.
¿Qué pierdo y qué gano renunciando a mi puesto de subdirector en El Mundo? Gano, obviamente, en tranquilidad de espíritu. Y en calidad de vida: jornadas laborales con término a una hora normal, fines de semana libres... Pierdo -bastante- en información sobre la trastienda de la vida política. Aunque eso tenga su contrapartida: cuando se está rodeado a todas horas de tantos árboles, no siempre es fácil apreciar los límites del bosque. A cierta distancia se calculan mejor.
Ahora voy a trabajar como editor, encargando y supervisando libros -sobre política, principalmente- elegidos según mi criterio. Es una perspectiva francamente interesante.
Vaya todo lo que antecede como comparación entre lo que tenía antes del 1 de septiembre de 2000 y lo que tengo ahora, a 1 de marzo de 2002.
Queda por hacer el balance de estos 16 meses en los que he estado trabajando por cuenta propia: montando esta página web, escribiendo libros y artículos para publicaciones diversas, viajando por ahí dando conferencias, refugiándome de vez en cuando en mi casa a orillas del Mediterráneo...
Mi balance al respecto es -supongo que no extrañará a nadie- estupendo. Me lo he pasado muy bien.
Pero tampoco es una situación que pueda mantenerse hasta el infinito, al menos cuando uno todavía no ha llegado al horizonte de la jubilación. Para no entumecerse intelectualmente es conveniente oxigenarse, salir a la calle, trabajar mano a mano con otros, someterse a una disciplina menos arbitraria que la de la real gana.
Pregunta final que me hago: ¿podré reintegrarme a la vida laboral y seguir alimentando a diario este rincón de la Red? No lo sé. Si sí, pues magnífico. Si no, cerraré la persiana, que tampoco la levanté hace año y medio con la idea de dejarla alzada para siempre.
En tal caso, ya se encargarán otros de tomar el relevo.
Tampoco sería para tanto. Otra experiencia más, y a continuar el camino.
PD.- ¿Alguien guarda archivado, por fortuna, lo que escribí en este Diario durante la semana del 3 al 9 de diciembre de 2001? De las siete anotaciones había dos que recuerdo: una sobre los días que pasó con nosotros en Aigües la delegada internacional de RAWA, Zoya, y otra sobre el agravamiento del estado de salud de mi madre. Si alguien conserva aquellos apuntes, le agradeceré que me los pase, porque los he perdido.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (1 de marzo de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 5 de marzo de 2017.
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