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2000/03/31 20:00:00 GMT+1

12-M: Acotaciones a un trabajo de campo

Este análisis fue publicado como artículo por la revista "Página Abierta" poco después de las elecciones del 12 de marzo de 2000.

Durante la jornada del pasado 12 de marzo, la empresa Sigma Dos hizo una amplia encuesta sobre el voto emitido. Realizó 78.976 entrevistas personales a la salida de los colegios electorales. El objetivo inicial de la encuesta era avanzar a las 20:00 horas del propio día 12, al cierre de las urnas, un pronóstico del resultado final de las elecciones.

El augurio que ofreció Sigma Dos a esa hora quedó, como es sabido, a bastante distancia de la realidad finalmente avalada por el escrutinio oficial. Lo cual, por lo demás, tampoco tuvo nada de particular: punto arriba, punto abajo, todas las empresas demoscópicas erraron en sus pronósticos.

Sin embargo, la encuesta a pie de urna de Sigma Dos no estaba mal hecha. De haberse atenido a los datos que arrojaba, limitándose a aplicar proporcionalmente el resultado de la muestra al conjunto de los votantes, sin introducir ningún otro factor de corrección, Sigma Dos hubiera podido anunciar a las 20:00 horas del día 12 que Aznar había logrado la mayoría absoluta. En lo que se equivocó, como se equivocaron las demás firmas del ramo -y no sólo ese día: también a la hora de los sondeos preelectorales-, fue, precisamente, en la selección de los factores de corrección aplicados a los datos puros y duros obtenidos del trabajo de campo.

Explico esto para justificar por qué creo que vale la pena detenerse a analizar ese trabajo de campo. Me parece del mayor interés, no porque muestre a quiénes votaron quienes votaron -para eso, mucho mejor atenerse al escrutinio oficial-, sino porque da cuenta de los trasvases de votos que se han producido en los últimos cuatro años: no sólo de unas candidaturas a otras, sino también del voto a la abstención y de la abstención al voto. A la vez, precisa también qué opciones han hecho esta vez quienes no votaron en las anteriores elecciones porque no habían alcanzado aún la mayoría de edad. Todo ello ayuda a hacerse una composición de lugar bastante más precisa que la que cabe extraer del mero recuento oficial.

La abstención

El resultado de la convocatoria electoral del pasado 12 de marzo que más ha llamado la atención -dejando de lado, obviamente, la victoria del PP por mayoría absoluta- es la altísima abstención que ha castigado tanto al PSOE como a IU.

Se ha dicho que hubo del orden de tres millones de votantes que respaldaron en 1996 las candidaturas del PSOE e IU y que no lo han hecho esta vez. En realidad han sido bastantes más, porque buena parte de los votos que ambas formaciones políticas han cosechado el 12-M procede de electores que, o bien es la primera vez que acuden a las urnas (por razones de edad), o bien votaron en 1996 a otras opciones, o bien se abstuvieron.

El caso de IU ilustra bien la importancia de este factor. La proporción de votos nuevos que ha recibido la coalición alcanza el 22,7% del total. Quiere esto decir que es falso que haya perdido algo más de la mitad de los votos que consiguió en 1996, como se está diciendo. En realidad, ha perdido el 63,3%. Casi dos votos de cada tres. (Nota. A partir de este punto, todos los datos que se manejan, salvo indicación en contra, proceden del citado sondeo "a pie de urna" realizado por Sigma Dos).

Todos los comentaristas políticos están de acuerdo en subrayar la importancia de la abstención pero, a la hora de explicar los resultados electorales del 12-M, la mayoría asigna un valor principal a otros factores. Así, están afirmando hasta la saciedad que muchos ex votantes del PSOE e IU se han inclinado en esta ocasión por el PP porque se han sentido atraídos por la «capacidad de gestión» del partido de Aznar, por su discurso «más moderno y positivo», etc. No es verdad. Hecha la suma de los que, habiendo votado al PSOE o a IU en 1996, esta vez han apoyado las candidaturas del PP, y restando de esa cifra el número de quienes votaron entonces al PP y ahora han preferido las papeletas del PSOE o IU, se constata que el cómputo final del voto tránsfuga del que se ha beneficiado el PP no llega al medio millón de sufragios (481.000, en concreto). Es menos del 4% del total de los votantes del PSOE e IU de hace cuatro años. Una muy exigua minoría.

Otro tópico al uso es el que se refiere al voto joven. Se dice que el voto juvenil se ha decantado esta vez por el PP, porque los jóvenes de hoy «hacen caso omiso de las etiquetas ideológicas» y van «a lo práctico». Nueva falsedad. El número de recién llegados a la mayoría de edad que ha votado al PP es sólo ligeramente superior al de aquéllos que han preferido al PSOE (38,5% en el primer caso, 33,3% en el segundo). A cambio, sí es cierto que IU ha recibido pocos votos de primera hornada: apenas pasaron del 7% del total de los sufragios recolectados por la coalición.

Aún más arbitrarias son las opiniones disfrazadas de diagnóstico objetivo que se están difundiendo en relación a las repercusiones electorales del acuerdo PSOE-IU. Joaquín Almunia sostuvo en la noche electoral, con mucho aplomo pero sin apoyo argumental alguno, que ese pacto no ha tenido influencia en los resultados de ninguna de las dos opciones políticas firmantes, ni para bien ni para mal. Es una afirmación puramente especulativa. Como lo es la proposición contraria, a la que se han apuntado otros destacados socialistas, como Alfonso Guerra, Juan Carlos Rodríguez Ibarra y Francisco Vázquez. Aun aceptando que los dirigentes del PSOE optaran por aliarse con IU a la desesperada, a la vista de que los pronósticos que les llegaban eran francamente desfavorables, nada permite concluir que su pacto no haya contribuido a empeorar todavía más su resultado.

(El caso de IU es parcialmente diferente. Según un sondeo publicado por La Vanguardia al comienzo de la campaña electoral, más de un tercio de los electores de IU de 1996 veía con serias reservas, cuando no con franca hostilidad, el acuerdo de la coalición con el PSOE. Planteé el dato a Francisco Frutos en una conferencia de prensa y respondió que le parecía verosímil. Le pregunté igualmente si consideraba la posibilidad de que ese acuerdo no le aportara votos moderados, pero que a cambio le hiciera perder bastante por la izquierda, y contestó que no descartaba tal cosa. «Hemos hecho una apuesta arriesgada, sin duda», añadió. A la vista de la espectacular fuga de votos que ha sufrido -más del 63% de sus votantes de 1996 le han sido infieles el 12-M-, no parece arriesgado deducir: a) que, en efecto, la nueva dirección de IU hizo una apuesta muy arriesgada; y b) que la ha perdido.)

Un electorado variopinto

Las personas que están más inmersas en el mundo de la política tienden a considerar que las opciones de voto responden a reflexiones políticas relativamente concienzudas y, por ende, no demasiado variables (salvo vuelco ideológico del elector, se entiende).

Pero eso dista de ser exacto. El análisis concreto de los vaivenes electorales revela que buena parte de los electores es perfectamente capaz de dar giros copernicanos en la dirección de su voto.

Tomemos el ejemplo de la evolución de los votantes del PSOE entre 1996 y el 2000. De los 9.426.000 votantes que le apoyaron en las anteriores elecciones, ha conservado 6.782.000. 506.000 han pasado a votar al PP, 146.000 a IU, 34.000 a CiU y 273.000 a otros partidos, en tanto 1.685.000 han optado por abstenerse. A cambio, ha recibido 187.000 votos procedentes del PP, 228.000 de IU, 20.000 de CiU, 49.000 de otros partidos y 104.000 de ex abstencionistas, aparte de los 459.000 procedentes de jóvenes que han llegado a la mayoría de edad en los últimos cuatro años.

Todavía más llamativo es lo ocurrido con IU, a cuyos votantes tiende a atribuirse un elevado grado de ideologización. Pues bien, de los 2.640.000 votos que consiguió la coalición de Anguita en las elecciones de 1996, ha conservado 969.000. 228.000 han pasado a votar al PSOE, 90.000 (sic) al PP, 3.000 a CiU y 203.000 a otros partidos. 1.147.000 se han abstenido. A cambio -a poco cambio, ciertamente-, ha recolectado 146.000 votos procedentes del PSOE, 18.000 del PP, 3.000 de CiU, 13.000 de otros partidos, 14.000 de anteriores abstencionistas y 91.000 de jóvenes que se han estrenado como votantes.

Quiere esto decir que la movilidad del electorado español es lo suficientemente amplia como para que resulten traicioneros los análisis que se limitan a comparar los votos obtenidos por cada candidatura en unas elecciones con los que ha mantenido en las siguientes. Los votos computados como fijos son ésos, pero los votantes pueden no ser -no son, en proporción considerable- los mismos.

También la abstención, incluso la que no procede de la indiferencia política, puede responder a más factores de los que habitualmente se tienen en cuenta. Por ejemplo: habría que ver cuántos votantes del PSOE no se han tomado el trabajo de votar solamente porque veían que Almunia iba a perder, y no tenían interés en compartir su derrota. Porque, del mismo modo que siempre hay votantes dispuestos a acudir en auxilio del ganador, los hay que huyen a escape del perdedor.

¿Adónde conducen estas acotaciones? Adonde quiera cada cual. Sólo he tratado de llamar la atención sobre lo compleja que es la realidad que se esconde tras los resultados electorales y de alertar contra los análisis simplistas.

Javier Ortiz. (Marzo de 2000). Subido a "Desde Jamaica" el 2 de enero de 2018.

© Javier Ortiz. Está prohibida la reproducción de estos textos sin autorización expresa del autor.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2000/03/31 20:00:00 GMT+1
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