Sigo a la espera de que un día aparezca un comunicado que diga: “La Asociación de Regantes de la Vega del río Tal ha solicitado al Consejo de Ministros que declare sus cultivos ‘Zona Privilegiada’ y les suba los impuestos, dada las excelentísimas cosechas que han tenido este año”.
Mejor será que espere sentado. Si cae mucha agua, porque cae mucha agua. Si no llueve, porque no llueve. Si pedrizo, porque pedrizo. Si helada, porque helada. Se cuentan por decenas las comarcas agrarias españolas que reclaman al Gobierno, año sí año también, que las declare “zona catastrófica”, por una razón o por otra. Semivecino del Mediterráneo, he visitado en muchas ocasiones diversas “zonas catastróficas” y he comprobado que, en efecto, a veces les va algo mejor y a veces algo peor, y que este año tales cultivos han funcionado y tales otros no, pero lo que no he visto jamás es que el personal esté macilento, ni los bares vacíos, ni que se suspendan las fiestas del pueblo (cuatro al año, como poco) por falta de presupuesto.
No es un vicio específicamente agrario, ni mucho menos. Habrán oído ustedes que las compañías eléctricas, que tampoco son mancas (en realidad tienen cientos de brazos), desean que el Gobierno las autorice a subir sus tarifas un modesto 31% porque, según alegan, sus ingresos ya no son lo que eran. ¡Fantástico! Se llevaban beneficios descomunales y lloran porque ahora sólo los tienen enormes.
A un amigo mío, periodista especializado en asuntos ecológicos, le han quitado la última colaboración que tenía en una revista. “Es por la crisis”, le han dicho. Le he sugerido: “¿Por qué no pides que te declaren zona catastrófica?”.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (11 de noviembre de 2008). También publicó apunte ese día: Dos soldados muertos.