Los franceses tienen un concepto de la libertad de prensa que en España no cabría poner en práctica sin grave quebranto para quien lo hiciera. Esta semana, un semanario satírico de París se ha permitido caminar sobre la cuerda floja comparando los trofeos logrados por sus atletas en los Juegos Olímpicos con la trágica muerte de 10 soldados integrantes de la misión militar francesa en Afganistán. Se lee en el (llamémosle) chiste: “40 medallas en Pekín. Y otras 10 en Kabul... a título póstumo”.
El conflicto de Afganistán está enquistándose, pudriéndose, pero, a diferencia de lo que sucede en Francia, aquí casi nadie parece interesado en preguntarse por qué narices están participando nuestras Fuerzas Armadas en la ocupación militar de aquel país. Las razones que suelen esgrimirse para justificarlo resultan de una inconsistencia supina. ¿Para impedir que haya una dictadura? Punto primero: si los gobiernos occidentales se asignaran la misión de ocupar manu militari todos los países que corren el peligro de ser sojuzgados por una dictadura, o que ya lo están, no darían abasto. En segundo lugar: las fuerzas estadounidenses y de la OTAN han intervenido en Afganistán para quitar una dictadura, pero para poner otra y, ya metidos en gastos, matar a un montón de gente no combatiente.
Dicen: “La presencia militar extranjera en Afganistán está apoyada en una resolución de las Naciones Unidas”. Otra broma de mal gusto. El Consejo de Seguridad de la ONU ha amparado acciones militares bochornosas y se ha llamado andana ante injusticias clamorosas. No es garantía de nada. Nadie medianamente informado –y el Gobierno español lo está bastante mejor que medianamente– ignora que EEUU decidió ocupar Afganistán, apelando a la agresión del 11-S, porque ese país se sitúa en una línea geoestratégica de primerísima importancia (la que va desde el Himalaya hasta el Mediterráneo) cuyo control Washington viene pretendiendo desde hace años.
Bueno, pues allí están las tropas del Gobierno español, que lo mismo valen para un roto que para un descosido, esperando que no les hagan ni un roto ni un descosido, como se lo han hecho a las francesas.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (7 de septiembre de 2008).