George W. Bush hace balance de su paso por la Presidencia de los EE.UU. y el resultado le sale de lo más positivo: él ve mucho en su haber y muy poco en su debe.
Oírlo le sume a uno en la perplejidad. Veamos: ha dejado a su país hundido en una brutal crisis financiera e industrial; las recetas económicas ultraliberales de las que ha hecho bandera durante su mandato han resultado un fiasco y han agravado el desastre; las desigualdades sociales entre los estadounidenses han aumentado; no supo encarar ni de lejos los terribles efectos del huracán Katrina; el desprestigio de los EE.UU. en el mundo entero es palmario, lo mismo que el deterioro de sus relaciones con numerosos estados; no ha logrado la victoria completa en ni una sola de las guerras en las que se ha involucrado a sangre y fuego; no ha logrado ni desarticular Al Qaeda ni acabar con Bin Laden; ha violado con indecente descaro las leyes internacionales (y no sólo por el aberrante montaje de Guantánamo); se ha mofado de la Declaración Universal de los Derechos Humanos autorizando explícitamente el uso de la tortura…
Que el pronto exinquilino de la Casa Blanca presente ese historial como una trayectoria abrumadoramente brillante obliga a preguntarse si estamos ante un perfecto caradura o ante un hombre cuyas luces mentales son tan tenues que no le permiten ver la realidad. Cierto es que no hay ninguna incompatibilidad entre ambas condiciones: puede ser lo uno y lo otro.
Pero en lo que más vale la pena meditar es en la capacidad del sistema estadounidense para situar en su dirección formal a tipos de esta ralea, torpes e incompetentes (Ford, Reagan, Bush), y no hundirse. O no hundirse del todo, por lo menos.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (17 de enero de 2009). También publicó apunte ese día: Pan y circo.