Rajoy ha insistido en exigir a Zapatero: “Dígale a la gente que [en Afganistán] hay una guerra pero que allí están todos nuestros aliados defendiendo la libertad, la democracia, la seguridad y los derechos humanos”. Sorprende que el presidente del PP reclame justificaciones que él mismo da. Luego ha resultado que lo que veía tan claro no coincidía con los planes de Zapatero, de modo que era difícil que el presidente del Gobierno explicara un aumento de tropas meramente temporal (al que él llama, con involuntario humor surrealista, “batallón electoral”), el cual planea devolver a España en cuanto acaben aquellas elecciones, con lo que la cifra resultante volverá a ser la misma.
En lo que a ambos se les ve de acuerdo es en que las tropas españolas irán a asegurar unas elecciones libres. El estudio de la realidad de Afganistán sabe que el régimen de Kabul es fruto de pactos diversos entre señores de la guerra, cultivadores de adormidera y, en todo caso, gente a quien la democracia y la libertad le parecen tan exóticas como un olivo en Helsinki. Hace poco, un estudiante de periodismo fue reo de pena de muerte por haber difundido un artículo ajeno sobre las posibles implicaciones de las enseñanzas coránicas en la opresión de las mujeres. La más joven diputada del Parlamento afgano fue expulsada del hemiciclo porque había afirmado que la diferencia entre sus compañeros de escaño y los burros es que los burros son útiles.
Nuestro “batallón electoral” acude allí presuroso en defensa de tan altos y occidentales valores.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (8 de abril de 2009).