Como estamos en plena crisis, Zapatero va a organizar un Gobierno de gente de peso. Ignoro por qué, cuando la situación económica era más liviana, se podía permitir un Gobierno pensado en gran medida de cara a la galería, como si no supiera que no hay nada que guste más a la galería que poder mofarse de los ministros livianos. Desde hace meses, Solbes daba la sensación de ser un especialista en ofrecer diagnósticos dubitativos, pero incapaz de marcar una línea de acción. A su lado, Elena Salgado, con su engañoso aspecto frágil, parece una fuerza de la naturaleza.
Magdalena Álvarez y sus obras resquebrajantes salpimentadas con su peculiar gracejo, tampoco inspiraba confianza. De otros ministros y ministras el personal apenas opinaba, porque ni sabía de su existencia.
La incorporación de Manuel Chaves como vicepresidente encargado de las relaciones con las Comunidades Autónomas encaja al dedillo en el nuevo esquema, no así tanto la de José Blanco en Fomento. Se ve que Zapatero cree que lo que le falta a este último en capacitación técnica lo puede suplir con su incondicionalidad y capacidad de organización interna.
Uno de los defectos de Zapatero es su tendencia a dejarse vencer, a la hora de los nombramientos, más por la estética que por el afán de eficacia. Los ministros no se distinguen entre ocurrentes y gente especializada en dar el callo. Lo que hace falta es que sepan crear equipos de trabajo competentes, no duden de la jerarquía de objetivos a los que han de apuntar y se dejen la piel en el intento.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (7 de abril de 2009).