¿Cómo se explica que varios cientos de combatientes presuntamente islamistas se lanzaran en Bombay al ataque de los turistas de lujo y los ejecutivos extranjeros y se dedicaran a disparar contra ellos durante horas, pese a saber que iban a perder la vida en la acción? “¡Es absurdo, incomprensible!”, declaró un miembro de la comitiva de Esperanza Aguirre después de que ella ya se las hubiera arreglado para poner tierra (y mar, y aire) de por medio.
Hay bastantes acontecimientos de la actualidad internacional que, vistos desde nuestra atalaya occidental, arrogante, lejana e ignorante, resultan incomprensibles. Se diría que el Tercer Mundo estuviera haciendo un ensayo general del Apocalipsis. ¿A cuento de qué lo de Bombay? ¿Y qué diablos pasa en Bangkok? ¿Y qué lío es ése de Somalia, con piratas que secuestran lo mismo un petrolero que a un fotógrafo? ¿Y por qué se masacran los unos y los otros en el Congo, donde cientos de miles se han refugiado en la selva para que no les rebanen el cogote? ¿Y a qué vienen los graves disturbios sociales en la próspera China? ¿Y qué sentido tienen los asesinatos cometidos en la Colombia del tan alabado Uribe por militares con ansia de sobresueldos?
En Occidente catalogamos como incomprensible todo lo que no hemos hecho ningún esfuerzo por comprender. Porque, en el fondo, nos la trae al pairo.
Comprender no es justificar. Comprender cómo funciona una enfermedad no significa estar a favor de su expansión. Ayuda a todo lo contrario.
Los combatientes de Bombay han matado por tres razones. Primera: su vida les importaba un pijo. Segunda: odiaban a los ricos extranjeros. Tercera: han logrado que hoy todos estemos hablando de ellos.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (28 de noviembre de 2008). También publicó apunte ese día: Esperanza Aguirre, entre gallito y gallina.