“¡Un besito muy fuerte!”, se despide una amiga que me ha telefoneado. “Eso es imposible”, musito mientras cuelgo. “Si es muy fuerte, no puede ser un besito, y si es un besito, no puede ser muy fuerte”.
No es cuestión de pijotería. Como aficionado al estudio de las maneras de hablar que son reflejo de determinadas tendencias ideológicas y culturales, vengo observando desde hace años la conexión directa que hay entre el abuso de giros que parecen limitar la rotundidad de lo que se afirma y el pensamiento blando, que ha hecho fortuna y tiene invadido nuestro lenguaje coloquial.
Un conocido mío que desarrolla una amplia actividad pública, al que utilizo sin que él lo sepa como rata de laboratorio lingüístico, es incapaz de formular ni un solo juicio de valor que no vaya precedido de la locución adverbial “un poco”, que él alterna con “un poquitín” (“Eso me parece un poco injusto”, “Tal vez la propuesta de Mengano sea un poquitín exagerada”, etc.). Son muletillas que le sirven para reforzar la imagen pública –templada, apacible, tolerante– que quiere dar de sí mismo. Tanto las emplea que a veces se mete en verdaderos jardines conceptuales. Es capaz de decir “Eso es un poco intolerable”, o “Lo considero un poquitín aberrante”, y quedarse tan ancho.
Conviene no equivocarse: ese estilo, de apariencia tan amable, puede ser lo que aparenta, sin más, pero también puede camuflar, llegado el caso, posiciones tan dogmáticas y excluyentes como las que más. En tanto que exalumno de los jesuitas, conozco bien el arte del jesuitismo, habilidad que permite ser todo buenas maneras y sonrisas de cara al exterior mientras se machaca sin piedad al enemigo por lo bajini. Ningún aspirante a lobo ignora las ventajas que aportan las pieles de cordero.
Hágase un favor: tome nota mental de la cantidad de veces que usa diminutivos y dice “un poco” sin que ni lo uno ni lo otro venga a cuento, porque no pretende expresar ningún criterio debilitado de antemano. Y, sin dejar de ser todo lo respetuoso hacia los demás que haga falta, comuníquenos sus opiniones francamente, sin desbravarlas.
Y cuando quiera dar un besazo, ande, no dé un besito.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (6 de agosto de 2008).