Francisco Camps es especialista en el arte de la evasiva. “Claro que me pago mis trajes”, dijo hace unos días. Pero la cuestión no es si se paga sus trajes, en general, sino quién pagó, en concreto, los trajes de lujo que le confeccionó el sastre José Tomás. En eso no quiere entrar. Tampoco responde nada específico sobre las relaciones suyas y de su entorno con Orange Market y el mandamás del tinglado, Álvaro Pérez. Apela a su honorabilidad, dice que se encuentra muy tranquilo, agradece el apoyo de sus subordinados de la Generalitat Valenciana y del PP central y afirma que “las cosas se van aclarando”. O sea: vaguedades, cháchara. Asegura también que se querellará contra los autores de las informaciones que han puesto su integridad en entredicho… en cuanto la justicia complete su trabajo. Es decir, a saber cuándo.
El pasado domingo, en la Romería de les Canyes, celebrada en Castellón, feudo de Carlos Fabra –otro especialista en hacer sistemáticas protestas de honorabilidad–, un grupo de romeros increpó al presidente de la Comunidad Valenciana al grito de “¡Trajes gratis para todos!”. Imagino que se lo gritarían en plan sarcástico y como muestra de cabreo, pero me dio pie para pensar cuánta gente no habrá que lo que en realidad quisiera es que le hagan un hueco en el club de los corruptos.
Hay un dato que parece atestiguar que puede haber bastante de eso: lo poco que influyen a la hora de las elecciones en la Comunidad Valenciana (y en muchos otros sitios) los casos de corrupción. A veces, nada de nada.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (17 de marzo de 2009).