A la hora de preparar la última edición de su Diccionario panhispánico de dudas, sus autores se tropezaron con una dificultad, entre muchas. La lógica de la lengua cervantina empuja a considerar que el plural de “talibán” ha de ser “talibanes”, pero lo cierto es que su plural real es “talibán”, a secas.
Puestos a elegir, prefirieron llevar la contraria a la realidad lingüística de la zona imponiéndonos un plural a la occidental: “talibanes”.
Ese modo de afrontar los problemas parece haber hecho fortuna a la hora de encarar otros muchos aspectos de los conflictos que se suceden entre el Pacífico y África. ¿Que tal o cual fenómeno, político, militar, religioso, económico o social ofrece dificultades para ser tratado con los recursos conceptuales propios del Primer Mundo? Prescinden de lo que tienen de singular esos fenómenos autóctonos y los tratan como si fueran meras variantes de los occidentales (nación, estado, unidad nacional, unidad étnica…).
¿En qué consiste la política internacional de los Estados Unidos para esas extensas áreas del mundo que tanto nos cuestan entender? En algo que deriva en que las fuerzas de los talibanes no están siendo frenadas, sino que se expanden por un área que Washington se empeña en considerar que abarca a varios estados diferentes, mientras que los insurgentes la ven como parte de una misma patria.
Ellos no luchan ni por Pakistán, ni por Afganistán, ni por la Ley coránica... Lo hacen por el conjunto de todos estos elementos y bastantes más. Y no les importa que su lucha no encaje en nuestros esquemas.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (27 de abril de 2009).