Es estúpido perder el tiempo discutiendo si el envío de aguas del Ebro a Barcelona puede ser considerado técnicamente como un trasvase o no. Según el diccionario es un trasvase, pero a veces la jerga administrativa va por su cuenta y define las cosas como se le pone, y la Academia se somete a sus designios. Hace años, a la UE le dio por afirmar que ella emite directivas, y no directrices, como habría sido lo propio, y los académicos –que otra cosa no, pero tienen clarísimo que el que paga manda– acabaron pasando por el aro y dijeron amén.
La traída (o llevada) de aguas del Ebro a Barcelona es una decisión que merece ser evaluada en concreto, se le ponga a la cosa el nombre que se quiera. Y ésta parece que a todo el mundo le parece que está justificada. Entre otras cosas, porque no merma en nada el caudal del río.
El Gobierno de Valencia entiende que, si un trasvase es correcto, todos lo son. Y no. Si su presidente, Francisco Camps, demostrara que la población valenciana corre el riesgo de no tener agua para beber o para lavarse, todos nos aprestaríamos a buscar el modo de remediar esa emergencia. Y, si no lo hiciéramos, tendría todo el derecho a considerar que su comunidad ha sido humillada.
Pero no es el caso. El agua del Ebro cuyo trasvase exige tendría destinos muy distintos. Y muy discutibles.
Oriundo del Cantábrico y residente durante buena parte del año en la costa alicantina, sé por experiencia que cada medio natural tiene sus ventajas y sus desventajas. En el norte tenemos verde y agua, a veces a raudales, pero nubes y fresco; en el sur, casi siempre un espléndido sol, calor y, claro, agua escasa.
El País Valenciano ha creado a lo largo de los siglos un modo de vida adaptado a su medio natural. Desde hace algunas décadas, los listillos locales han pretendido trasladar las ventajas del norte a las tierras del sur. Y se han puesto a atraer una población turística enorme, cuyas necesidades de agua son imposibles de cubrir, y a meter campos de golf en cada esquina, y a fomentar una agricultura que requiere riegos intensivos…
Han querido instalar Suecia en Túnez. Y ahora culpan a Suecia de no dejarse trasladar.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (17 de abril de 2008).