Imagínense el caso. Supongan que estamos hace 25 o 30 años, en la época en la que los gobiernos españoles reprochaban a la Administración de París que dejara campar a sus anchas a los miembros de ETA por el sur de Francia, convertido –se decía– en “santuario de los terroristas” (cualquiera sabe por qué se empleaba el término “santuario”, pero era la fórmula de rigor).
Sigamos imaginando y supongamos que el Gobierno español (el que fuera, de la UCD o del PSOE), harto de que la Policía francesa hiciera la vista gorda a las idas y venidas de los activistas de ETA, tomara la decisión no ya de montar los GAL o algo similar, en plan clandestino, sino de enviar cuatro helicópteros del Ejército español a bombardear algunos edificios del casco viejo de Bayona, en el País Vasco francés, donde vivían por entonces muchos miembros de ETA, incluidos algunos de sus dirigentes. ¡La que se habría liado! “¿Se han vuelto locos? ¿Cómo un Estado miembro de la ONU puede violar de manera tan brutal y tan descarada los derechos de otro Estado soberano?”, habrían exclamado con estupor los responsables de las cancillerías de todo el mundo.
Pero no. Lo realmente escandaloso no habría sido que un Estado soberano transgrediese los derechos de otro, sino que algo así sucediera entre España y Francia. Porque un hecho muy semejante sucedió hace pocos días entre EE.UU y Siria, y las cancillerías de todo el mundo han mirado para otro lado, como si lo ocurrido no fuera con ellas. Helicópteros norteamericanos penetraron el domingo 26 en Siria y bombardearon la población de Abu Kamal, donde los servicios del Pentágono pretenden que se refugian resistentes iraquíes. Causaron ocho víctimas civiles.
El Gobierno de Washington no sólo ha desdeñado justificar su flagrante desdén del derecho internacional, sino que incluso se ha felicitado por el resultado de la operación. Y todo el mundo se ha quedado tan ancho.
En teoría, se supone que todos los estados soberanos gozan de los mismos derechos. Pero en la práctica las cosas no funcionan así. Hay soberanías de primera, soberanías de segunda y soberanías de tercera. Incluso hay no soberanías.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (2 de noviembre de 2008).