Vi hace un par de semanas en un pueblo veraniego de la Costa Blanca un anuncio que me llamó la atención. Estaba en el escaparate de un importante establecimiento de venta y alquiler de residencias costeras. Decía: “Se vende o traspasa este local”. Me pareció una parábola de los tiempos actuales que una empresa dedicada a las transacciones inmobiliarias, ramo hasta hace nada próspero como pocos, hubiera decidido tirar la toalla y estuviera intentado salvar por lo menos sus propios (in)muebles.
Me entraron ganas de fotografiar el escaparate pero, como no llevaba en ese momento ninguna cámara, me lo apunté para hacerlo en otra ocasión. Lo cual me acarreó dos sorpresas. La primera fue que, cuando regresé con mi artilugio fotográfico pocos días más tarde, el local estaba ya cerrado a cal y canto. Nada de anuncios, ni privados ni ajenos: un par de mesas vacías y algunos papeles tirados por el suelo. La segunda vino acto seguido. Descubrí que no tenía motivo para sentirme frustrado como fotógrafo, porque la misma imagen se podía captar en varios escaparates más de los alrededores.
Los dos anuncios más populares de este verano en la Costa Blanca –y supongo que también en muchas otras zonas turísticas– son “Se vende” y “Se alquila”. Se los topa uno constantemente en decenas de verjas y ventanas, alternándose con obras y más obras de construcción que tienen todo el aspecto de estar paralizadas hasta nueva orden.
Ignoro si asistimos al fracaso de un modelo de desarrollo económico, tal vez fruto de la saturación –en España hay viviendas suficientes para alojar a todos sus habitantes: otra cosa es que mucha gente no gane para pagar el dinero que piden por ellas–, o si estamos ante un mero alto circunstancial en el camino y la enloquecida carrera inmobiliaria se retomará con el mismo furor dentro de algunos meses, dispuesta a que no haya cien metros de suelo patrio sin su quintal de cemento.
Sea lo uno o lo otro, lo que no puedo ocultar –ni falta que hace– es la morbosa satisfacción que me produce ver cómo pasan serios apuros los especuladores que durante tantos años tanto se han aprovechado de la falta de techo de los demás.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (2 de septiembre de 2008).