Ha sido como una de esas películas policíacas en las que director y guionista se han puesto de acuerdo en que el espectador esté perfectamente enterado de quién es el asesino desde el mismo comienzo del filme, convencidos de que eso no quita fuerza a la trama. Supongo que para nadie era un secreto que la recién dimitida alcaldesa de Córdoba, Rosa Aguilar, se movía ya mucho más a gusto en las cercanías del PSOE que en las de Izquierda Unida. La cuestión no era entonces saber cómo acabaría, sino qué clase de recorrido le valdría para llegar hasta Zapatero sin ser tildada por ello de tránsfuga. Para lo uno, le ha bastado con alegar que no hay puesto más glorioso que el de alcalde (o alcaldesa) de tu ciudad. Para lo otro, con cambiar la alcaldía por una consejería de primer rango. El resultado es el mismo, pero como más vistoso.
Lo que ha quedado con mucho más impresentable es haber establecido su nuevo rumbo político apoyando la formación de un gobierno autonómico contra el que había votado poco antes su propio partido. Con separaciones así de amistosas, las bofetadas no hacen falta para nada.
Pero se veía venir. En la propia Córdoba, bastantes de los electores de IU venían hablando desde hace años con muy escasa consideración hacia su persona, hacia sus simpatías por Rosa Díez, el Foro de Ermua y hacia los políticos “de orden”. Aunque con todo ello haya acabado por dilapidar por completo el legado que Anguita le dejó en herencia: un manual de cómo establecer una línea de izquierda local a la vez combativa y factible.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (24 de abril de 2009).