O sea, que Mariano Rajoy ha enterrado el aznarismo y emprendido su propio viaje al centro. Bueno, admitamos pulpo como animal de compañía y demos por hecho que sabemos qué narices son el aznarismo y el centro. Quedará en todo caso por dilucidar si lo que está haciendo Rajoy es beneficioso. Y para quién.
Al presidente del PP le han convencido de que su derrota en las anteriores elecciones se debió a la fuerte antipatía que suscitaba en muy amplios sectores de la sociedad española la imagen ultra encarnada por el trío Acebes-Zaplana-Aguirre. Sus asesores le han dicho que, si quiere triunfar en la próxima convocatoria a las urnas, debe presentar una imagen menos intransigente y crispada, que atraiga a los sectores templados del cuerpo electoral.
Es discutible. Entendámonos: está claro que a muchísimos demócratas nos enferma menos la línea que ahora defiende Rajoy que la que asumió durante la pasada legislatura. Pero, ¿de qué le sirve, si casi ninguno de nosotros tenemos la menor intención de darle nuestro voto? A cambio, parece que su viraje político no cae muy en gracia a las huestes derechistas de toda la vida. De modo que, vistas las cosas en plan meramente técnico, cualquiera sabe si no estará arriesgándose a tirar el niño con el agua sucia y soltar el pájaro en mano soñando con el ciento que vuela. Es decir, si para ganar algo de lo que le falta no estará corriendo el albur de perder buena parte de lo que ya tenía.
La gente con memoria recuerda ahora que en los primeros noventa Aznar hizo un ejercicio de travestismo centrista similar. Pero parece que olvidan que entonces hacían legión los que se habían hartado del felipismo, los GAL, Filesa, Roldán, el paro galopante, la primera Guerra del Golfo y el suegro de Vera, por lo que urgían un cambio. En realidad, no apoyaban a Aznar: rechazaban a González. Hubo un chiste de Ricardo y Nacho que lo retrató perfectamente. Se veía a González y Aznar como boxeadores antes de empezar un combate. El árbitro decía: “¡Que gane el mejor!”. Y surgía un alarido del público: “¡No, por favor! ¡Que gane el otro!”
Rajoy no cuenta de momento con nada que se parezca a eso.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (25 de junio de 2008).