Desde la elección de Arantza Quiroga como presidenta del Parlamento Vasco ha habido numerosas críticas sobre su fervor papal y sobre su cercanía al Opus Dei. También alegatos a favor de que cualquier vasco, sepa o no sepa euskara, tiene tanto derecho a votar y ser votado como cualquier otro, siempre que viva y trabaje (o esté en paro) en el territorio de Euskadi. Cada cual es muy dueño de ser fiel a sus convicciones, aunque tengan tan importantes consecuencias sobre la salud pública.
El verdadero problema es que doña Arantza no sabe euskara. No es cuestión de esencialismo vasco, ni de que haya vascos “de primera” y “de segunda”. Es un problema eminentemente práctico. Dado que en la Cámara de Vitoria los diputados pueden expresarse en cualquiera de las dos lenguas, ¿cómo se las arreglará Quiroga para enterarse a tiempo de si el orador no está aprovechando su discurso en euskara para salirse del orden del día apelando por ejemplo a Miguel Sanz, no sospechoso de abertzalismo, y a su reflexión sobre la alianza PSE-PP, inducida y técnica, pero sin relación con ningún cambio sociológico de la CAV? Por supuesto que contará con traducción simultánea, pero después del juicio sobre el 11-M, sabemos que ese tipo de servicios puede crear más problemas de los que resuelve. Eso sin contar con que la presidenta no se pasará en su trono todo el día y realizará tareas de representación externa.
Para representar a toda la ciudadanía vasca y tratarla por igual hay que empezar por entender lo que toda la ciudadanía le dice.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (6 de abril de 2009).