Séneca incluyó en Medea una afirmación que ha hecho fortuna histórica: “Cui prodest scelus, is fecit”. Traducido a román paladino, vendría a ser: “Aquel a quien beneficia el crimen, ése lo cometió”. Se ha convertido con el tiempo en una norma fija de toda investigación criminal. Cui prodest? ¿Quién sale ganando con lo sucedido?
Si fuera siempre así, deberíamos deducir que los atentados del 11-S, de los que ayer se cumplieron siete muy comentados años, fueron obra del Gobierno de George W. Bush. Él ha sido, con diferencia, quien más rédito ha obtenido del crimen. Apelando a los sentimientos de pavor suscitados por aquella barbaridad, consiguió incrementar en muchos enteros su poder de control policial sobre la población estadounidense, logrando que aceptara normas de censura y de intromisión del Estado en su privacidad que antes del 11-S muchos ciudadanos de convicciones progresistas habrían rechazado de plano. En el escenario internacional, silenció casi todas las reticencias que otras potencias occidentales venían poniendo a su política de ordeno y mando, como pronto pudo comprobarse con la invasión de Afganistán, y animó a todos los estados occidentales a endurecer sus legislaciones represivas. En nombre de la defensa de la libertad, cada vez se ha reducido más el margen de libertad que han dejado disponible.
De hecho no han faltado suspicaces que han recogido datos para sustentar la tesis de que los atentados del 11-S fueron alentados por oscuros departamentos de la Administración de los EE.UU., con o sin el concurso de poderosos especuladores bursátiles, que se habrían servido del fanatismo de Al Qaeda para sus propios fines.
Sin afirmar ni negar nada –carezco de títulos para ello–, lo que sí discuto es que el beneficiario final de un crimen sea necesariamente quien lo ha instigado o ejecutado. Sobre todo cuando se trata de actos de terrorismo, en los que los furores ideológicos pueden obnubilar tanto las entendederas.
Los vascos sabemos muy bien, por triste experiencia, con cuanta frecuencia los actos terroristas sirven sobre todo a los intereses de los enemigos de quienes los idearon y los cometieron.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (12 de septiembre de 2008).