Hace algo así como un par de años, algunos conocidos míos muy sesudos empezaron a decir que España se había metido en una enloquecida espiral inmobiliaria de futuro más que incierto.
Los gurús de la economía oficial respondieron tildándolos de catastrofistas ignorantes y afirmaron que de eso, nada: que habíamos entrado, sin más, en un plácido proceso de desaceleración que podía resultar incluso positivo.
Yo no dije ni pío, no sólo porque soy un perfecto ignorante en materia de economía, sino porque, además, sólo confío en las ciencias exactas, como el periodismo.
El periodismo es una ciencia exacta: basta con ver los teletipos del día para saber por dónde saldrá mañana cada medio, y hasta para prever el orden jerárquico en el que proporcionará las noticias, de acuerdo con su particular escala de valores (si se me permite la expresión).
La Historia es también una ciencia bastante exacta. Por ejemplo, permite fijar sin apenas margen de error que la economía estadounidense se dio una galleta de mucho cuidado en 1929, no sólo por el desplome de la Bolsa, sino también por la concurrencia de otros factores negativos, como el estallido de su particular burbuja inmobiliaria.
La economía, en cambio, es una disciplina realmente indisciplinada. Me consta que muchos supuestos expertos en esa pretendida ciencia viven en estado de perpetua perplejidad, aunque intenten disimularlo. Y he comprobado también que lo que aseguran que saben está casi siempre condicionado por sus propios intereses, personales o corporativos. Se limitan a anunciarnos en plan pomposo que sucederá lo que a ellos les vendría bien que sucediera. Luego, cuando lo que acontece no es ni por el forro lo que anunciaron, retoman su apariencia profesoral y cobran un pastón por explicar por qué ha acabado sucediendo lo que habían descartado, o ni siquiera evaluado.
Es una farsa que resultaría bastante risible si no fuera porque un montón de gente de pocos recursos se fía de ellos y embarca sus ahorros en aventuras aparentemente sólidas que luego se hunden en la miseria.
Claro que, de no haber crédulos, ¿qué sería del mundo de los negocios?
¿Y del de la política?
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (1 de abril de 2008).
Comentarios
Escrito por: Ramiro J. Cardona.2008/04/01 14:22:55.329000 GMT+2
Escrito por: Gog.2008/04/01 15:38:10.653000 GMT+2
"Claro que, de no haber crédulos, ¿qué sería del mundo de los negocios?
¿Y del de la política?"
Pues, por aquello de contestar, diría que sin crédulos, tanto el mundo de los negocios como el de la política serían mundos mejores (si por mundo mejor entendemos mejor para la inmensísima mayoría y no para cuatro gatos)
Porque ¿otro mundo mejor es posible? Apostaría el alma que no con actual nivel de credulidad.
Pero parece ser que pensar da pavor y creer reconforta. Buen caldo de cultivo para que quienes pueden (lo cuatro de antes), inoculen las creencias a su gusto y necesidad. Que lógicamente no son los nuestros por más que los crédulos quieran creerlo.
Escrito por: Iñiguez.2008/04/01 18:38:22.796000 GMT+2
Sinestesia política
La sinestesia anunciada
Por el conspicuo Escolar,
Se vio fielmente plasmada
Por el novel Popular.
Se hizo la deconstrucción
Evitando a los Zaplebes
Textura y disposición
Mas con sabor de percebes.
Salvó la contradicción
De “un partido previsible”
Presentando a la opinión
“Su propio equipo plausible.”
Rajoy es de la opinión
Que es, pura esencia de cambio,
Seguir él en el timón
Y tomar algún recambio.
Cuando comience la riña,
Veremos la solución,
Si es la liebre de la “niña”
O el gato de crispación.
Escrito por: Fotismenez.2008/04/01 19:54:46.600000 GMT+2